Fue así como la palabra del Señor fue extendiéndose y difundiéndose con mucha fuerza (Hechos 19:20).
LA FAMA QUE TENÍA LA CIUDAD DE ÉFESO antes de la predicación del evangelio hubiera descorazonado a cualquier predicador. Además de ser una ciudad idólatra, «guardiana del templo de la gran diosa Diana» (Hech. 19:35), era conocida porque muchos de sus habitantes practicaban la magia.
Pablo, lejos de amedrentarse al ver la corrupción del pueblo, predicó el evangelio con poder, de tal manera que «Dios, por medio de Pablo, hizo milagros tan extraordinarios» (vers. 11); en consecuencia «muchos de los que habían creído venían y confesaban sus malas prácticas» (vers. 18). La manifestación más sublime del arrepentimiento de los efesios se vio a través de una gran fogata, en la que magos y hechiceros quemaron sus libros de magia para romper todo lazo que los había unido con el enemigo.
¿Qué llevó a los apóstoles a predicar el evangelio en zonas que parecían desfavorables? La visión que tienen sobre las personas. «Los evangelistas eficaces ven a la gente por medio de los ojos de Cristo. Ven el potencial de fe que hay en cada cual. Reconocen que cuando la gente acude a las reuniones públicas, y recibe respuestas a sus preguntas durante las visitas personales, y se los lleva a una profunda dedicación a Jesús y su verdad, experimentan cambios milagrosos» (Mark Finley, Asientos mullidos o puertas abiertas, pág.119).
En tu caso, ¿cómo sueles ver a las personas? ¿Ha dejado de luchar por familiares y amigos que aún no aceptaron a Jesús? ¿Crees que tienen el corazón endurecido? Procura verlos con los ojos de Jesús. El Salvador no hubiera llamado a ninguno de sus discípulos por lo que eran al inicio de su ministerio: Pedro, un hombre impulsivo; Santiago y Juan, hermanos deseosos de poder y con un temperamento fuerte; Tomás inclinado a la duda; Pablo, ¡perseguidor de los cristianos! Sin embargo, Jesús vio el potencial de estos hombres y los llamó para que transformaran al mundo con la predicación.
Nosotros también debemos ver a nuestros semejantes como los vería Jesús, porque esa es la única forma de alcanzarlos. Si de verdad pensamos que los que están a nuestro lado nunca se cambiarán, esa falta de fe le dar la victoria al enemigo. Por eso, así como lo hizo Pablo en Éfeso, creamos en la conversión de los demás. Así como Dios nos alcanzó a nosotros y nos llamó de las tinieblas a la luz admirable, también lo hará con aquellos que parecen tener un corazón endurecido. El Dios de Pablo es nuestro Dios, así que avanzamos con fe para terminar la tarea que Cristo nos encomendó.