Como pastor apacentará su rebaño. En su brazo llevará los corderos (Isaías 40:11) .
Hace un tiempo se hizo viral un precioso video en el que el pastor David Harrison va llevando sus mil cien ovejas de una vuelta a granja. Las Ovejas están repartidas en 12 kilómetros cuadrados [5 millas cuadradas] de montaña, y David tiene que dedicar cerca de cuatro horas para recogerlas todas. La hermosura del paisaje y la labor de David con sus perros ofrece una visión muy tierna del trabajo que realizan los pastores. No obstante, hemos de saber que en los tiempos bíblicos ese trabajo no era considerado como solemos suponer.
El trabajo de pastor era tenido en poca estima; era un oficio que un padre no debía enseñar a sus hijos. Al rabí Yose bar Hanina se le atribuye haber dicho: “En el mundo no encontraremos una ocupación más despreciada que la del pastor”. Las fuentes rabínicas considerando que un pastor no era apto para servir de testigo y colocan ese oficio al mismo nivel del cobrador de impuestos. * Quizá lo más cercano en nuestros días a la valoración social que tenía un pastor en los tiempos bíblicos sería la de un delincuente común.
Con independencia de la mala reputación que tuvieran los pastores en la época bíblica, Dios se presenta a sí mismo como un pastor de ovejas. Tras describir a su pueblo como rebelde, codicioso, un pueblo que seguía el camino de su propio corazón, el Señor dijo: “He visto sus caminos, pero lo sanaré y lo pastorearé” (Isaías 57:18). Dios abandonó ser el pastor de una nación que no era santa ni obediente, y mucho menos perfecta.
Cuando en Juan 10:11 Jesús proclama: “Yo soy el buen pastor”, se está colocando al lado de los marginados, de los que han perdido la reputación, de los sin nombre, de los que ni siquiera tienen derecho al arrepentimiento. Él es el buen pastor que va tras las ovejas descarriadas, las que están hundidas en la inmoralidad y la desesperanza. Podemos estar perdidos entre las montañas, lejos del redil, sumergidos en la más baja pobreza espiritual, y hasta allí llega el llamado del pastor que nos ofrece el consuelo que tanto necesitamos.
A cada uno de nosotros el Señor nos promete que “como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos” (Isaías 40:11). Nosotros somos esos corderos.
* Joachim Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús (Madrid: Ediciones Cristiandad, 2000), pp. 388, 389.