EL MAR ROJO SE ABRIÓ PARA MÍ
«Él cuenta con la fuerza de los hombres, pero con nosotros está el Señor nuestro Dios para ayudarnos a luchar nuestras batallas» (2 Crón. 32:8).
Corría el mes de junio del año 2009; eran días difíciles en Honduras. La profunda crisis política generó en la población días interminables de S incertidumbre, momentos de terror, enfrentamiento y caos. Grupos de personas comenzaron a quemar edificios, autobuses y todo lo que encontraban a su paso. El miedo se desató en algunos lugares del país hasta que, finalmente, todo parecía haber vuelto a la calma. Cuando creíamos que había pasado el peligro, la cruda realidad nos golpeó de frente.
Fue un día cualquiera, en el que mi esposo salió de la casa para asistir a una reunión, llevándose a nuestra hija pequeña con él porque ella quería irse con su papá. Aparentemente todo estaba en orden desde hacía un tiempo, así que nada nos hacía sospechar lo que iba a suceder. Cuando volvían de regreso, mi esposo me llamó para decirme que miles de personas habían tomado la carretera en la que ellos se encontraban. Yo sentí que me desmayaba. ¡¡¡Mi pequeña estaba atrapada!!! No podía creerlo. Sabíamos, por lo que había sucedido en el pasado, que podían pasar días enteros hasta que se resolviera aquel conflicto en las calles. ¡¡¡Días enteros sin tener a mi hija conmigo!!! No podía hacerme a la idea. Me sentía profundamente triste.
En ese estado de ánimo, llamé a mi madre con una solicitud muy especial: «Por favor, llama a todas las hermanas de tu grupo de oración y oren por mi hija y mi esposo; estoy segura de que el Señor escuchará nuestras plegarias». Poco después, mi esposo llamó para contarme cómo había decidido Dios responder nuestra oración. Él había hablado con algunas de las mujeres manifestantes, haciéndoles saber la urgencia que tenía de llegar a Tegucigalpa por causa de su pequeña. Esas mujeres hablaron con los que encabezaban las manifestaciones, ¡¡¡con los mismos dirigentes de ese lado de la contienda!!!, para que los dejaran pasar. La fila de automóviles era enorme, y todos deseaban que les abrieran paso para avanzar, pero aquellos hombres dijeron: «Que pase solo el auto donde va la niña».
Ese día, el mar Rojo se abrió para mí y para mi familia. Sé que Dios también lo abrirá para ti. No dejes de acudir a él en oración: «Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará» (Sal. 37:5, RV60).