MIERCOLES 29 DE MARZO
UN ÁRBOL COMÚN Y CORRIENTE
“Porque tú has sido mi refugio y torre fuerte delante del enemigo” (Sal. 61:3).
Era solo un árbol común y corriente que compartía su sombra con los cansados viajeros. Después de un largo y caluroso día de viaje hacia el interior del país, nos detuvimos en un parque de caravanas, para pasar la noche. ¡Allí vimos el solitario árbol, en medio del parque! Ofrecía la única sombra del lugar. Aunque otro grupo de campistas había establecido su campamento bajo su sombra, a un lado de su tronco, el árbol nos recibió cuando nos instalamos bajo sus gruesas ramas, del otro lado.
Mi esposo, Keith, y yo estábamos sentados afuera, relajados, mirando hacia las ramas del árbol, sorprendidos por el gran número de aves que lo visitaban. Al atardecer, muchas golondrinas se instalaron en el follaje. Luego de revolotear un rato, comenzaron a agruparse en una rama, como suelen hacer. Contamos 24 golondrinas, todas mirando en la misma dirección, a la hora de la puesta de sol. Tal vez, aquel árbol era su lugar de descanso habitual. Seguramente era así, porque apenas había árboles en aquel lugar cercano al desierto, y aquella noche estábamos compartiéndolo con ellas.
En el poema de Dorothy McKellar “Amo un país quemado por el sol”, ella se refiere a su amor por la belleza de la naturaleza, la diversidad y los cambios que se pueden encontrar en Australia. Yo siento lo mismo. Sin embargo, sé por experiencia que cuanto más avanzamos hacia el interior, más árida se vuelve la topografía australiana. No solo es estéril, sino también aislada, caliente y seca. No hay agua potable, no hay árboles; esos lujos han quedado muy atrás.
Por ello, el solitario árbol del parque de las caravanas me hizo reflexionar sobre el valor de un árbol. Me pregunté: ¿Cuántas veces han proporcionado sombra a los cansados? ¿Cuántas aves se protegen en sus ramas?
Recordé entonces otro árbol solitario. Aquel al que el apóstol Pablo se refirió cuando dijo: “El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero” (Hech. 5:30, NVI). ¿Cómo podríamos calcular el valor de ese árbol? Al analizar su valor y propósito, agradezco mucho a Dios. De hecho, es el árbol por el que estoy más agradecida, porque bajo la sombra de la cruz, en medio del desierto, cuando estoy sedienta de vida, esta viajera cansada encuentra refugio, fortaleza y descanso.
Lyn Welk-Sandy