LA LÍNEA EN LA ARENA
«El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él». 1 Juan 3: 24
DESPUÉS DE AMONESTAR contra la adoración de la bestia y de su imagen, la profecía dice: «Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apoc. 14:12). En vista de que los que guardan los mandamientos de Dios son puestos así en contraste con los que adoran la bestia y su imagen y reciben su marca, se deduce que la observancia de la ley de Dios, por una parte, y su violación, por la otra, establecen la distinción entre los que adoran a Dios y los que adoran a la bestia.
El rasgo más característico de la bestia, y por consiguiente de su imagen, es la violación de los mandamientos de Dios. Daniel dice del cuerno pequeño, o sea del papado: «Pensará en cambiar los tiempos y la ley» (Dan. 7: 25). Y Pablo llama al mismo poder el «hombre de pecado» (2 Tes. 2: 3), que había de ensalzarse sobre Dios. Una profecía es complemento de la otra. Solo adulterando la ley de Dios podía el papado elevarse sobre Dios; y quienquiera que guardara a sabiendas la ley así adulterada daría honor supremo al poder que introdujo el cambio. Tal acto de obediencia a las leyes papales sería señal de sumisión al papa en lugar de sumisión a Dios.
El papado intentó alterar la ley de Dios. El segundo mandamiento, que prohíbe el culto de las imágenes, ha sido borrado de la ley, y el cuarto mandamiento ha sido adulterado de manera que autorice la observancia del primer día en lugar del séptimo como día de reposo. Pero los papistas aducen para justificar la supresión del segundo mandamiento, que este es inútil puesto que está incluido en el primero, y que ellos dan la ley tal cual Dios tenía propuesto que fuera entendida. Este no puede ser el cambio predicho por el profeta. Se trata de un cambio intencional y deliberado: «Pensará en cambiar los tiempos y la ley» (Dan. 7:25). El cambio introducido en el cuarto mandamiento cumple exactamente la profecía. La única autoridad que se invoca para dicho cambio es la de la iglesia. Aquí el poder papal se ensalza abiertamente sobre Dios.
Mientras los que adoran a Dios se distinguirán especialmente por su respeto al cuarto mandamiento —ya que este es el signo de su poder creador y el testimonio de su derecho al respeto y homenaje de los seres humanos—, los adoradores de la bestia se distinguirán por sus esfuerzos para derribar el monumento recordativo del Creador y ensalzar lo que Roma ha instituido.— El conflicto de los siglos, cap. 26, pp. 440-441.