LA PROPIEDAD INTELECTUAL DEL UNIVERSO
“La plata es mía y el oro es mío, dice el Señor de los Ejércitos Celestiales” (Hageo 2:8, NTV).
El Día Mundial de la Propiedad Intelectual fue establecido por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual en el año 2000, para “concientizar acerca del impacto en la vida diaria de las patentes, los derechos de autor, las marcas y los diseños registrados”, y para “celebrar la creatividad y la contribución hecha por los creadores y los innovadores al desarrollo de las sociedades a lo largo del mundo” Está destinado a demostrar la importancia de reconocer la propiedad intelectual de los creadores sobre un diseño, una música, un libro o cualquier otra creación intelectual. Está dedicado a personas honestas que jamás robarían nada, pero comparten música, películas y libros por Internet sin remordimientos.
El primer infractor de la propiedad intelectual fue Satanás. Siendo criatura de Dios, se adueñó de este mundo, tras engañar a Adán y a Eva para “canjearlo” por “espejitos de colores”. El dominio sobre la creación fue arrebatado engañosamente al ser humano, sobre quien Dios lo había depositado; y así Satanás se adueñó de lo ajeno. Su objetivo era comenzar con este mundo creado y usarlo como plataforma para ir por todo: el mismo Trono celestial, que gobierna toda la extensión del universo.
La humanidad siguió el ejemplo del príncipe de este mundo. Las naciones han buscado apropiarse de lo que pertenece a otras. Siguiendo a Satanás, la humanidad también quiso apoderarse de este mundo. En lugar de mayordomos, nos convertimos en usurpadores del planeta; en lugar de cuidar y desarrollar sus recursos, los explotamos, destruimos y agotamos.
Como cristianos olvidamos, frecuentemente, que debemos ser fíeles mayordomos de aquello que Dios concede. Creemos que el tiempo (material que compone la vida) nos pertenece solo a nosotros. Descuidamos la séptima parte, que deberíamos destinar a permanecer en comunión con Dios (sábado, séptimo de la semana); vivimos el resto del tiempo, muchas veces, como si no fuéramos hijos del Creador. Pensamos que nuestros talentos nos pertenecen y los ponemos exclusivamente a nuestro servicio, en lugar de dedicarlos a Dios. Y pocos devuelven a Dios la décima parte de sus ingresos: el diezmo, propiedad de Dios.
Cuando vivimos como si Dios no existiera, como si nuestro tiempo, dinero y talentos fueran nuestros, seguimos a Satanás en infringir la ley de propiedad intelectual del universo. Tomamos lo que no nos pertenece. Pero, si ponemos nuestra vida entera a disposición del Creador, le estamos dando el crédito por lo que él es y hace en nuestra vida.