RIGOBERTA MENCHÚ
NUBE
Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. Salmo 27:10.
Nube era una niña de 17 años cuando vio pasar por primera vez a Rigoberta Menchú, seguida de un grupo de manifestantes que marchaban en protesta contra las injusticias y agravios que las mujeres sufrían. Nube bajaba de su pueblo todos los días con un canasto pesado en la cabeza, lleno de papas que vendía en el mercado. Debía regresar al hogar con el canasto vacío y el dinero en el bolsillo; de lo contrario sus padres la golpeaban y la hacían dormir en el gallinero.
Ese día Nube dejó su canasto y se unió a la manifestación. Por primera vez escuchó que las mujeres tenían el derecho de defenderse. Nube había sido víctima de violación sexual desde temprana edad. Estaba cansada de caminar cinco kilómetros diarios con ese canasto pesado, así como de los maltratos de sus padres. Ese día regresó a su hogar sin el canasto ni el dinero. Después de recibir una paliza, la echaron de la casa.
Nube caminó dos días hacia la frontera de México y se unió a una multitud que iba hacia California. Después de pasar hambre, frío y desvelos, logró llegar a San Diego. Estaba agotada y enferma, pero al acordarse de las palabras de Rigoberta Menchú, que en su discurso había dicho que hay que luchar a pesar de las circunstancias, se animó y se paró en la puerta de un supermercado a ofrecer sus servicios a las damas que entraban. Ya el día declinaba y nadie se interesaba en contratarla. Por fin una señora que hablaba español la contrato para cuidar a su niño de dos años mientras ella trabajaba.
Ese fue el comienzo de una vida feliz para Nube. La señora la acomodó en una linda habitación y la trató como a una hija.
Conocí a Nube en una iglesia adventista. Me dijo que los años más felices de su vida habían sido los que trabajó con la señora Hunter, antes de conocer a su esposo, el jardinero de enfrente que se enamoró de ella y le dio el mensaje de salvación. Se casaron y tuvieron dos hijos que entonces estudiaban en la academia adventista.
Me impresionó mucho que una frase sencilla de una defensora de los derechos y la paz influyera en la vida de otra víctima de opresión y abuso. La influencia de Rigoberta Menchú ha transformado la situación precaria de muchas mujeres, pero nuestro mejor defensor es Jesús quien nos dice: “¡Levántate y resplandece!” —RC