MARÍA MCLEOD BETHUNE
Pueden pedir cualquier cosa en mi nombre, y yo la haré, para que el Hijo le dé gloria al Padre. Juan 14:13.
-¡No puedes detenerte ahora! ¡No hemos arado siquiera la mitad del campo!
María McLeod, de quince años de edad, urgía al mulo, que se había echado frente al arado.
-Pobrecito, viejo Bus. Yo también tengo calor y estoy cansada, pero tenemos que seguir trabajando.
Y diciendo esto, le dio una palmada en las ancas al mulo.
-¡Papá, ven! -llamó María-, No puedo hacer que el viejo Bus se mueva.
Sam McLeod se arrodilló al lado del mulo caído, que había trabajado fielmente por muchos años, y le pasó la mano por el cuello.
-Está muerto, niños -dijo el Sr. McLeod-. Creo que deberán seguir arando sin su ayuda…
María quiso llorar. Pero lejos de hacerlo, se ató el arnés a la cintura y empezó a tirar del arado. Su abuela decía que era fuerte como una muía; ahora era tiempo de comprobar si aquello era cierto o no. Cuando se cansaba demasiado, sus hermanos y hermanas la ayudaban. Poco a poco terminaron el campo de algodón.
“Todo el dinero sobrante tendrá que usarse en la compra de otra muía -pensaba María para sí-. Se acabaron las esperanzas de obtener una educación”.
Pero María Jane tenía muchos deseos de ir a la escuela. Los tres primeros años de primaria los había hecho en la escuelita situada a ocho kilómetros de distancia, y esto solo había despertado en ella el deseo de aprender. Soñaba con ser maestra. Para ello, tendría que aprender muchas cosas más.
“Señor, permite que pueda seguir asistiendo a la escuela -oraba María mientras trabajaba en el campo de algodón de su padre ese verano- Si es tu voluntad, quisiera llegar a ser maestra y poder ayudar a otros, como la señorita Wilson me ha ayudado a mí”.
Un día, mientras trabajaba en las plantaciones de algodón, alcanzó a ver a la señorita Wilson que venía apurada por el camino polvoriento que conducía a la granja de su padre. Agitaba un objeto blanco que tenía en la mano. María corrió a su encuentro.
-María, Dios ha escuchado tus oraciones -le dijo su maestra dándole un fuerte abrazo-. Toma, lee esta carta.
La carta provenía del Seminario Scotia de Concord, Carolina del Norte, en la que pedían a la señorita Wilson que escogiera a una joven negra digna, para recibir una beca.
-Te escojo a ti -dijo la señorita Wilson sonriendo, y la volvió a abrazar fuertemente.