ORACIONES CONTESTADAS
“Antes que me llamen, yo les responderé, todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado” (Isa. 65: 24).
Hace poco, el versículo de hoy se convirtió en una realidad en mi vida. Estaba caminando hacia el pueblo luego de un servicio de ayuno y oración muy espiritual, en una de las iglesias locales. Había usado mi computadora para una presentación durante el servicio, y ahora me pesaba. El calor de la isla era agobiante, y la humedad muy alta bajo el sol del mediodía. Me sentía cansada de pensar en todos los mandados que debía hacer en el pueblo.
Para cuando llegué al supermercado, estaba extenuada. Oré desesperadamente pidiendo a Dios que consiguiera alguien que me llevara a casa con mis compras; de lo contrario, tendría que tomar el colectivo, que me dejaría a dos cuadras de mi casa. Eso significaría luchar dos cuadras con las bolsas de compras, cuesta arriba, hasta llegar a mi departamento. Tenía tan poco dinero que no podía darme el lujo de pagar un taxi. (Tengo que aclarar que solo la intervención divina podía proporcionar a alguien que me llevara a casa, porque era relativamente nueva en la isla y hacía muy poco me había mudado a ese departamento.) Cuando estaba pagando, todavía no había recibido una respuesta a mi oración; luego, al salir del supermercado cargada con las bolsas, cambié mi pedido: “Señor: si no me vas a mandar a nadie que me lleve a casa, dame las fuerzas para llevar esta carga”. Sentí paz y tranquilidad y comencé a caminar hacia la parada del colectivo.
Entonces, mientras me apuraba por llegar al colectivo, casi choqué con Rose, la esposa de uno de mis colegas. Nos saludamos, y ella se despidió rápidamente, explicando que estaba tratando de encontrarse con su esposo, que estaba esperándola estacionado frente al supermercado. Seguí caminando, pero me detuve al escuchar que alguien me llamaba.
Era Rose.
-Mi esposo quiere llevarte hasta tu casa -me dijo.
Ellos vivían en la ciudad, y llevarme hasta mi casa significaba un gran desvío. Después me enteré de que se habían desencontrado, por causa de una “amnesia momentánea” de mi colega. Así que, en lugar de encontrarse con su esposa en el centro de la ciudad, terminó frente al supermercado.
¿Planes entreverados? No lo creo. Veo claramente la mano de Dios en esa situación. “Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Mat. 7: 7). Siempre tengo que recordar que, a lo largo de mi día, Dios está a una oración de distancia.
TAMAR BOSWELL