LOS PRINCIPIOS BÁSICOS DE SABER ESCUCHAR
“Escuche esto el sabio, y aumente su saber; reciba dirección el entendido” (Prov. 1:5, NVI).
Muchas cosas que consideramos una unidad en realidad están compuestas por partes más pequeñas. Aunque nunca lo había pensado así, la oración puede entrar en esta categoría porque tiene, al menos, dos partes: hablar y escuchar. Yo tengo problemas con la segunda parte. Estoy segura de que no soy la única. Hablar a Dios me resulta relativamente fácil. Pero cuando hay que escuchar lo que él me dice, me temo que no me va tan bien. Escuchar requiere paciencia.
Un día, mis dos hijas me dejaron saber -amablemente, por supuesto- que era hora de comprar un auto nuevo. Cada pocos días, una de ellas decía “casualmente”: “¿Sabes? Es difícil conseguir repuestos para un auto antiguo”. Otra hacía un comentario indirecto, mencionando que quizá no era seguro manejar un auto tan viejo. Yo les decía que aquel automóvil había sido un amigo fiel por 24 años, y no veía por qué me iba a fallar ahora.
Finalmente, para probar mi punto de vista, dije al Señor lo que él ya sabía: “Señor, no quiero un auto diferente. Si quieres que tenga uno nuevo, tendrás que mostrármelo”. Como estaba segura de que él pensaba igual que yo, no dediqué tiempo a escuchar y di por hecho que el asunto estaba cerrado. Una tarde, unos días después de esa oración, manejé en mi “fiel amigo” a la reunión del Ministerio de la Mujer. Casi había llegado, cuando vi que las luces se prendieron en el tablero. Apenas estacioné y el motor se apagó. Como no tenía celular, pedí prestado el teléfono en una tienda cercana y llamé a una grúa.
El mecánico me llamó al día siguiente y me dijo: “Su auto está funcionando ahora”. Entendí que Dios quería que me quedara con mi auto. No era así; simplemente, yo no estaba prestando atención. Como tenía mi mente fija en lo que yo quería, no estaba escuchando lo que el Señor me estaba diciendo. Necesitaba aprender los principios básicos del saber escuchar, que Dios quería enseñarme. El auto dejó de funcionar dos veces más esa semana. Hasta que finalmente entendí el mensaje… y compré uno nuevo.
Como Dios dice en los Salmos: “Pueblo mío, atiende a mi enseñanza; presta oído a las palabras de mi boca” (Sal. 78:1, NVI). Ahora estoy trabajando pacientemente en aprender a escuchar. Estoy tan agradecida porque mi Señor misericordioso todavía esté trabajando pacientemente en mí.
Marcia Mollenkopf