Miercoles 23 de Agosto del 2017 – EL ESPÍRITU DE DIOS Y LO UNIDAD EN LA IGLESIA – DM adultos

EL ESPÍRITU DE DIOS Y LO UNIDAD EN LA IGLESIA

«Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas». Hechos 2: 44

CRISTO DECLARÓ que la influencia divina del Espíritu había de acompañar a sus

discípulos hasta el fin. Pero la promesa no es apreciada como debiera serlo; por lo tanto, su cumplimiento no se ve como debiera verse. La promesa del Espíritu es algo en lo cual se piensa poco; y el resultado es tan solo lo que podría esperarse: sequía, tinieblas, decadencia y muerte espirituales. Los asuntos de menor importancia ocupan la atención y, aunque es ofrecido en su infinita plenitud, falta el poder divino que es necesario para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia y que traería todas las otras bendiciones en su estela.

La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Puede poseerse saber, talento, elocuencia, y todo don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será ganado para Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes están vinculados con Cristo, y tienen los dones del Espíritu, tendrán un poder que se hará sentir sobre los corazones. Dios hará de ellos conductos para el derramamiento de la influencia más sublime del universo.

El celo por Dios movió a los discípulos a dar testimonio de la verdad con gran poder. ¿No debiera este celo encender en nuestro corazón la resolución de contar la historia del amor redentor, de Cristo, y de este crucificado? ¿No vendrá hoy el Espíritu de Dios en respuesta a la oración ferviente y perseverante, para llenarnos de un poder que nos capacite para servir? ¿Por qué es entonces la iglesia tan débil e inerte?

Cuando el Espíritu Santo rija la mente de los miembros de nuestras iglesias, se verá en ellas una norma mucho más alta que la que se ve ahora en el hablar, en el ministerio y en la espiritualidad. Los miembros de las iglesias serán revitalizados por el agua de la vida, y los obreros, trabajando bajo una Cabeza, es a saber Cristo, revelarán a su Maestro en espíritu, en palabra y en acción, y se alentarán unos a otros a progresar en la grandiosa obra final en la cual están empeñados. Habrá un sano incremento de la unidad y del amor, que atestiguará al mundo que Dios envió a su Hijo a morir por la redención de los pecadores. La verdad divina será exaltada; y mientras resplandezca como lámpara que arde, la comprenderemos cada vez más claramente.— Consejos para la iglesia, cap. 15, pp. 178-180.

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