LA FE EN LA HISTORIA INSPIRADA
«Esta es la historia de la creación de los cielos y la tierra. Cuando Dios el Señor hizo la tierra y los cielos». Génesis 2:4, NVI
LOS GEÓLOGOS ALEGAN que en la misma tierra se encuentra la evidencia de que esta es mucho más antigua de lo que enseña el relato bíblico. Han descubierto huesos de seres humanos y de animales, así como también instrumentos bélicos, árboles petrificados, etcétera, mucho mayores que los que existen hoy día o que hayan existido durante miles de años, y de esto infieren que la tierra estaba poblada mucho tiempo antes de la semana de la creación de la cual nos habla la Escritura, y por una raza de seres de tamaño muy superior al de cualquier hombre de la actualidad. Semejante razonamiento ha llevado a muchos que aseveran creer en la Sagrada Escritura a aceptar la idea de que los días de la creación fueron períodos largos e indefinidos.
Pero sin la historia bíblica, la geología no puede probar nada. Los que razonan con tanta seguridad acerca de sus descubrimientos, no tienen una noción adecuada del tamaño de los hombres, los animales y los árboles antediluvianos, ni de los grandes cambios que ocurrieron en aquel entonces. Los vestigios que se encuentran en la tierra dan evidencia de condiciones que en muchos aspectos eran muy diferentes de las actuales; pero el tiempo en que estas condiciones imperaron solo puede saberse mediante la Sagrada Escritura. En la historia del diluvio, la inspiración divina ha explicado lo que la geología sola jamás podría desentrañar. En los días de Noé, hombres, animales y árboles de un tamaño muchas veces mayor que el de los que existen actualmente, fueron sepultados y de esa manera preservados para probar a las generaciones subsiguientes que los antediluvianos perecieron por un diluvio. Dios quiso que el descubrimiento de estas cosas estableciera la fe de los hombres en la historia sagrada; pero estos, con su vano raciocinio, caen en el mismo error en que cayeron los antediluvianos: al dar mal uso a lo que Dios les dio para su beneficio, las convierten en maldición.
Uno de los ardides de Satanás consiste en lograr que los seres humanos acepten las fábulas de los incrédulos; pues así puede opacar la ley de Dios, muy clara en sí misma, y envalentonar a los hombres para que se rebelen contra el gobierno divino. Sus esfuerzos van dirigidos especialmente contra el cuarto mandamiento, porque este señala claramente al Dios vivo, Creador del cielo y de la tierra.
Algunos realizan un esfuerzo constante para explicar la obra de la creación como resultado de causas naturales y, en abierta oposición a las verdades registradas en la Sagrada Escritura, el razonamiento humano es aceptado aun por personas que se dicen cristianas.— Patriarcas y profetas, cap. 9, pp. 90-91.