HUMILLADA
“Por lo tanto, si alguien piensa que está firme tenga cuidado de no caer” (1 Cor. 10: 12).
Los idiomas me fascinan. Me encantan los libros y las palabras, y soy meticulosa con la ortografía. En general, tengo buena ortografía; y me solía molestar cuando otras personas no revisaban su propia ortografía o sintaxis. Entonces, una noche, escribí un documento que debía presentar a la mañana siguiente ante el personal de una escuela. Era tarde, y al releer y revisar el documento, se me pasó por alto la frase “todo esperan”, en lugar de “todos esperan”.
El director de tecnología proyectó la presentación de PowerPoint en la pantalla y, apenas apareció la frase “ofensiva”, un colega exclamó que había un error gramatical. No me pareció que haya sido una corrección hecha con amor, pero agradecía mi colega y continué, apenada, con el resto de la presentación.
Más tarde ese día, estaba furiosa. Furiosa conmigo misma, por no haber visto el error, y furiosa con mi colega, por humillarme. Manejé hasta mi casa murmurando todo el camino y excusándome por haberme equivocado. Cuanto más me quejaba, más sentía que el Espíritu de Dios me estaba hablando. El amor de Dios ahogó el fuego en mi corazón y comencé a escucharlo.
Me di cuenta de que no solo estaba enojada; ¡estaba humillada! Pensé que no podía, o no debía, cometer errores. También, me sentí avergonzada al pensar en todas las ocasiones en las que había señalado las faltas de otros en público, avergonzándolos. Podrían haberme corregido en privado, pensé. Pero, nuevamente, sentí aquella suave voz guiándome y calmándome. Finalmente, entendí que este incidente había ocurrido para recordarme que yo también me equivoco y que está bien que alguien me corrija.
Tenía que darme cuenta de que Dios usa cualquier cosa o a cualquier persona para trabajar en mi carácter Tenía que dejar de lado mi orgullo, y ser más paciente con los demás. Con esto en mente, y con el corazón limpio y renovado, pensé en ese colega mientras redactaba otro documento. Envié ese documento a mi colega, quien lo editó de buena gana. Gané un nuevo editor, me deshice de un poco de orgullo y ahora estoy libre para cometer errores. Además, ya no me molesta cuando otras personas cometen errores de ortografía o redacción.
ROSE JOSEPH THOMAS