NO HAY IMPOSIBLES PARA DIOS
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
Antes de continuar mi educación con estudios de posgrado, trabajé durante siete años en una clínica de enfermos de sida en Uganda. Trabajé con muchos pacientes. Entre ellos, mujeres encarceladas y sus bebés. Los niños, especialmente, tocaban mi corazón, y podía imaginarme las condiciones en las que vivían. Finalmente, tuve la idea de recolectar elementos de necesidad básica de donantes dispuestos, con la intención de ayudar a mejorar el bienestar de aquellos pacientes.
Un sábado de tarde, mi amiga Betty y yo fuimos a la prisión con las cosas que habíamos reunido. Hicimos esto varios fines de semana seguidos. Durante la mayoría de esas visitas, Betty predicaba sobre algún tema que animara a las mujeres o yo daba una charla sobre salud. Sin embargo, yo era muy tímida para hablar en público a grandes multitudes. Comencé a compartir con Dios una esperanza que tenía en mi corazón: que algún día él me diera la confianza para hablar a las prisioneras como Betty hacía tan libremente.
Unos meses después, Betty fue transferida a. un hospital lejano. Sin ella, dejé de ir a la prisión. Una de las razones por las que dejé de ir fue que no sabía qué decir a las mujeres. Todavía era muy tímida. Al mismo tiempo, estaba mucho más ocupada en mi trabajo y ya no tenía el tiempo de recolectar nada para llevarles. Las funcionarias de la prisión me llamaron varias veces, para preguntar por qué habíamos dejado de ir a ministrar a las prisioneras. Un día, me senté y pensé en mi propósito en el mundo. Recordé todas las bendiciones que me rodeaban. Oré a Dios, leí la Biblia y otros libros inspiradores… buscando respuestas. ¿Cómo podría contribuir a la salvación del pueblo de Dios? Entonces, con la ayuda de otros miembros de iglesia, pude retomar mi ministerio en la prisión. Me di cuenta de que no se necesitan solo cosas materiales para poder alcanzar a otras personas. Simplemente, escuchar, compartir, o ser un hombro en el cual alguien pueda apoyarse puede ser determinante. Descubrí que tengo el don de escuchar, y esto ha creado estrechos lazos con mis prisioneras-pacientes.
Ahora puedo ponerme en pie y predicar con confianza en Cristo. Mi oración es que, como resultado, Dios traiga esperanza a las vidas de estas mujeres prisioneras. Simplemente, dale a Dios lo que tienes (ver Hech. 3:6). Él lo usará para salvar almas para su Reino.
Ruth Mbabazi