Miércoles 20 de Abril – No hay bien fuera de ti – Matinal para Damas

“Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” (Sal. 16:2).

Hace unos años, organicé un proyecto especial que llevó meses de planificación. Uno de mis jefes -llamémoslo Juan- esperó hasta que yo terminara todo el trabajo para comunicarme que él se encargaría de la fase práctica; él sería “la cara del proyecto”. Desde mi perspectiva, lo que esto quería decir era que yo haría todo el trabajo y él cosecharía los aplausos. ¡Me molestó muchísimo su actitud! Sin embargo, me dije a mí mismo que mi enojo tenía más que ver con su maniobra deshonesta que con quién se llevaba los laureles. Tiempo después, cuando comencé a trabajar para otra compañía, me di cuenta de que los laureles me importaban más de lo que quería admitir. Aun trabajando con gente diferente, yo llevaba una especie de cuenta mental de cuantos aplausos recibia cada uno. Aunque es bueno que reconozcan nuestro trabajo,

Es difícil dilucidar las razones por las que nos molesta que los demás no reconozcan nuestros esfuerzos. ¿Estamos tratando de defender nuestra fuente de trabajo… o nuestro orgullo? A veces me cuesta ver la línea que delimita un campo del otro. Me siento tentada a ir de un extremo al otro como un péndulo: o bien defendiendo mis derechos a toda costa, o bien callando por completo para caerle bien a la gente. Por supuesto, hay Alguien que pueda decirme adecuadamente son mis verdaderas motivaciones. Si se lo pregunto, Dios me muestra si mis reacciones fluyen del río contaminado del orgullo o no. En su libro Una vida de oración[Una vida de oración], Paul Miller comenta: “Cuando alguien comparte una idea que originalmente era mía, quiero mencionar que se me ocurrió primero a mí Me siento inquieto, como si el universo hubiera salido de eje. En resumen, quiero presumir. La única manera de calmar la sed de mi alma por la prominencia es empezar a orar: “No hay bien fuera de ti’”.

Si alguien te roba tus laureles hoy, detente y pregúntale a Dios: “¿Cómo debería reaccionar? ¿Cuáles son mis verdaderas motivaciones?” Él es fiel y te ayudará, si se lo pides.

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Séñálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna” (Sal. 139:23, 24, NTV).

Radio Adventista

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