EL DIOS QUE NOS LIBERA
“Nuestro Dios es un Dios que salva; el Señor Soberano nos libra de la muerte” (Sal. 68:20, NVI).
Estaba terminando la tarde, cuando recibí una llamada de mi esposo diciéndome que en lugar de tomar la ruta 29-Columbia Pike, la autopista que solía tomar para volver a casa, tomara Old Columbia Pike. Un poco más temprano había habido un accidente de cuatro autos en la ruta 29. Varios sitios web de tránsito verificaban que esa ruta estaba bloqueada y mostraban imágenes de un auto volcado, e indicaban que una joven había sido hospitalizada de gravedad. Los informes también decían que la policía necesitaba la ayuda de testigos oculares. Pensé en lo terrible que debía de ser el trauma que aquella mujer había experimentado. El día de trabajo estaba a punto de terminar, y me puse a monitorear el tránsito desde una ventana. Old Columbia Pike estaba atascada y los autos apenas se movían; todas las calles cercanas estaban igual. ¡Me tomaría una hora hacer mi trayecto de quince minutos! Aunque había truenos y relámpagos que señalaban que se acercaba una tormenta, volví a mi escritorio. Una hora y media después, las calles se veían un poco más despejadas, y todavía no había comenzado la tormenta; así que, me dirigí a casa. La mañana siguiente nos despertó el sonido de un helicóptero a las 5:40. Mi esposo sugirió que debían de estar buscando un preso que se hubiera escapado, o que había habido un accidente cerca de casa. Las noticias informaron un poco después: “Accidente en la ruta 29-Columbia Pike”. A muy poca distancia de donde había ocurrido el accidente el día anterior, en este nuevo accidente también había volcado un auto. ¡No podía creerlo! Señor, pensé, ¿Qué está sucediendo? Dos accidentes en menos de veinticuatro horas en la misma ruta… ¡la ruta que yo acostumbro tomar para ir a trabajar! ¿Tardaré mucho tiempo en llegar? Antes de seguir con mis pensamientos egoístas, imaginé a otras personas heridas de gravedad en el auto volcado. Susurré una oración. En el trayecto hacia el trabajo, no vi evidencia de ningún accidente. Más tarde me sentí aliviada, al escuchar que no había habido heridos. Hoy, al recordar esos accidentes, rememoro la promesa de Dios de que él nos librará. Aunque el enemigo tiene toda clase de amenazas, accidentes o adversidades esperando para causarnos preocupación, ansiedad, tristeza, sufrimiento o muerte, Dios, en su sabiduría, puede hacernos vencedoras. Confiémosle nuestra vida a él, y agradezcámosle por su amor y poder para salvar.
Iris L. Kitching