“ME GUSTAN LOS CRISTIANOS”
“Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos” (Sal 91: 11).
Hermie Munez, su esposa, Daniela, y sus dos hijos despertaron muy repentinamente una madrugada cuando cinco hombres armados entraron en su hogar, en África, donde la familia Munez sirve como misionera.
Rápidamente, los ladrones ataron las manos de Hermie y su cuello, y ordenaron a Daniela que les diera todo el dinero. El problema era que la familia Munez tenía muy poco efectivo. Una y otra vez los ladrones abofetearon a Daniela y le pegaron en la cabeza, demandando que les diera más dinero. Joanne, la hija de once años, y Zuriel, el hijo de cuatro, estuvieron en un rincón, orando fervientemente durante las dos horas de suplicio.
Cuando los hombres dieron vuelta para empezar a saquear la casa, Daniela y los niños comenzaron a cantar “En Jesús, mi Salvador”. Pronto notaron que, cada vez que decían el nombre “Jesús”, los ladrones detenían lo que estaban haciendo. Sin embargo, luego de revolver toda la casa, uno de los delincuentes de nuevo abofeteó con fuerza a Daniela, demandando más dinero. Otro enchufó la plancha y prendió la hornalla. El corazón de Daniela casi se le saltó del pecho. Ella había escuchado que, a menudo, los ladrones torturaban a sus víctimas presionando una plancha caliente en sus rostros o sosteniendo su cabeza sobre la hornalla encendida.
-Padre -susurró con el corazón aterrado-, me van a quemar.
Hermie, que casi no podía respirar a causa de la cuerda que tenía alrededor de su cuello, logró susurrar débilmente:
-Ma, sigue orando. Sigue orando.
Y así lo hizo, junto con los niños. Daniela y los niños oraron y recitaron el Salmo 23. Al escuchar las conocidas palabras del capítulo, uno de los ladrones se volvió a sus amigos y dijo:
–Oh, son cristianos. ¡Vámonos!
Mientras reunían las cosas que querían llevarse, los ladrones demandaron que la familia entera se acostara sobre sus estómagos con la cabeza encogida. Daniela se cubrió a sí misma y a los niños con una frazada, pensando que sería mejor no ver lo que los hombres hacían. Esos fueron los momentos más largos de su vida: esperando el sonido del disparo de las armas. Pero esos sonidos nunca llegaron. Entonces, escucharon que uno de los hombres decía:
-No se preocupen, no los mataremos. Me gustan los cristianos.
JEMIMA DOLLOSA ORILLOSA