CUANDO LLEGA LA DEPRESIÓN
«Sálvame, Dios mío, porque estoy a punto de ahogarme» (Sal. 69:1).
El sufrimiento de David había llegado demasiado lejos. ¿Has tenido tú en alguna vez la sensación de estarte ahogando? ¡Pues así era como se sentía David! Sentía que sus problemas lo anegaban y clamó a Dios en busca de salvación. Como siempre, en Dios encontramos todo lo que podemos necesitar.
Así como se sentía David, se sintió una joven esposa muchos siglos después y en otro lugar del mundo. Ella, que jamás había salido de su país, tuvo que despedirse de su mamá, una viuda desconsolada, y dejar su trabajo, que tanto amaba, para irse a un lugar del cual no había retorno. Y todo eso sucedió justo después de que diera a luz; y había dado a luz tras muy poco tiempo de la muerte de su padre. Pero así es la vida. Su esposo había conseguido un buen empleo en otra latitud y ella había tenido que dejar su corazón a más de 800 kilómetros de distancia, para adaptarse a un lugar extraño.
Su esposo había comprado una casa en una colina, desde la cual se divisaba toda la ciudad; pero el cambio había sido tan radical, y las circunstancias tan difíciles, que ella pronto cayó en una depresión posparto, intensificada por la terrible soledad. Su esposo viajaba mucho, y cuando estaba en casa, trabajaba demasiado.
Hay angustias en las que sientes como si te metieran en una licuadora gigantesca que lo destrozara todo en ti. Tu corazón, tus ganas de vivir y tus sueños parecen alejarse como fantasmas en la penumbra de la nada. Es más… muchas veces olvidas que existen los sueños, no sabes hacia dónde te llevará el torrentoso viento de las aflicciones de cada día. Apenas logras sobrevivir el día en el que te encuentras. ¿Sabes? Si ese es tu caso, querida lectora, puedo comprenderte perfectamente, porque la joven de la que te hablé soy yo.
¿Quieres saber qué pasó con mi vida tras aquella terrible depresión posparto; tras la muerte de mi padre y el traslado que me alejó de mi madre? Pues que goce de gran plenitud en la vida porque, cada día, como David, clamé a Dios en busca de salvación, creyendo que escucharía mi voz, me sacaría del pozo y pondría en mí un cántico nuevo (ver Sal. 40:1-3).
Y así fue.