LA AMABLE SOLUCIÓN DE UNA HERMANA
“La respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor” (Prov. 15:1).
EI día del funeral de nuestro padre fue increíblemente triste. Papá, mi refugio, mi héroe vaquero de corazón tierno, ya no estaba. Las circunstancias de su muerte fueron tan abrumadoras que nos costó mucho aceptarlas, solo diez días antes, nos habíamos reunido como familia para celebrar el cumple de nuestra hermana Margaret. En un momento, ella salió de la casa diciendo que algo malo le pasaba a mamá; y tenía razón. La llevamos al hospital, donde por tres semanas los médicos no nos pudieron decir cuál era el problema. Al sexto día, cuando fui a buscar a papá para ir a verla, a él le estaba dando un ataque al corazón: uno más de varios que ya había tenido. Pero esta vez, el viaje al hospital terminó con la muerte de mi querido “vaquero valiente”.
Rodeado de todos sus hijos y nietos cantamos viejas canciones de vaqueros, todos, con el corazón roto. Aun antes de que supiéramos que mamá había contraído dos enfermedades que le dañaron el cerebro, tuvimos que hacer los arreglos para el funeral de su amado esposo. Ella nunca sabría que ya no estaba a su lado. Llegamos al cementerio para dejar el cuerpo de papá. Todo había sido planificado cuidadosamente por nuestros padres, para que no tuviéramos que preocuparnos por nada. Pero ¿qué era esto? Imagina mi horror y mi ira, cuando lo amigos nos reunimos… ¡para descubrir que los trabajadores habían olvidado cavar la tumba! Dan, nuestro hermano, y yo estábamos listos para golpear a alguien. Nuestra hermana, viendo que se avecinaba una escena, dijo: “Déjenme encargarme de esto”. En nuestros corazones, sabíamos que era una buena idea, así que cedimos. Ella caminó hasta la oficina y volvió con un plan. Los trabajadores del cementerio se sentían mal por el terrible error, entonces llegaron a un trato: ellos se encargarían de poner flores en la tumba durante un año, plantarían un árbol al lado de la tumba y colocarían un banco, donde podríamos sentarnos cuando fuéramos a visitarla.
“Una respuesta” amable fue mucho más prudente que unas palabras de enojo. Las maneras amables de Dios son las mejores. Mi hermana tenía mucha razón, cuando ese día dijo: “¿Saben, papá hubiera pensado que esto es gracioso”. Y, ¿sabes qué más? Tengo la esperanza de que algún día papá también de una buena carcajada al oír lo que sucedió.
Kathy Peterson