Miercoles 12 de Julio del 2017 – ALGO QUE NOS RETIENE – Devoción matutina para la mujer

ALGO QUE NOS RETIENE

“Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame” (Hech. 2:38, 39).

Tenía un problema, un grave problema: había perdido el deseo de vivir. De hecho, quería morir, y el suicidio me parecía la única salida.

Por bastante tiempo no quise admitir, ni siquiera ante mí misma, que había una dificultad. Cuando finalmente me di cuenta de que estaba en riesgo, no reconocía mi necesidad de ayuda. No pediría ayuda.

Así que, durante meses luché en solitario. Había ayuda disponible, si yo hubiera tenido la humildad de admitir que la necesitaba. Ahora veo que podría haber reducido grandemente mi sufrimiento, simplemente pidiendo ayuda. Pero, a causa de mi orgullo, pensé que podía solucionar el inconveniente por mí misma; y si, en una de esas, no pudiese, sencillamente me resignaría a mi destino.

Cada una de nosotras sufre por dos problemas clave; el pecado y su consecuencia, la muerte. El pecado nos separa de Dios, y la muerte es su resultado natural.

Con el fin de proporcionar una solución a estos problemas, Cristo vino a esta tierra, vivió una vida sin pecado y murió por nosotros. Su vida toma el lugar de nuestra vida pecaminosa, y su muerte reemplaza a la muerte que debiéramos sufrir (ver Rom. 5:10).

Hay ayuda disponible, y Cristo está esperando poder dárnosla. Sin embargo, primero debemos tomar conciencia de nuestro problema, reconocer nuestra necesidad a través de la oración y estar dispuestas a recibir su ayuda.

Muy a menudo, el orgullo nos retiene. Pensamos que pedir ayuda está por debajo de nuestra dignidad, por lo que luchamos solas, tratando de vivir una vida que está más allá de nuestro alcance, mientras tratamos de anular de nuestra mente el pensamiento de la inevitabilidad de la muerte.

No podemos salvarnos a nosotros mismos. Sin Dios al control de nuestras vidas diarias, en comunicación constante a través de la oración, estamos más allá de cualquier ayuda. Pero cuando acudimos humildemente a él, arrepintiéndonos de nuestros pecados y reconociendo nuestra necesidad de un Salvador misericordioso, es entonces, y solo entonces, que él puede reconciliarnos con el Padre, y darnos la salvación que tan desesperadamente necesitamos.

Ellen M. Corbett

Radio Adventista

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