CIRO MCCORMICK
Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos. Mateo 28:20.
Ciro, de 22 años de edad, observaba a su padre, Roberto McCormick, mientras revisaba la nueva segadora. Las cuchillas, montadas en una barra de madera, brillaban a la luz del sol.
-¡Está lista para la cosecha! -dijo el señor McCormick.
Los caballos, jadeantes, arrastraban lentamente la pesada máquina por los campos de espigas doradas. Las escarpias empujaban las espigas fuertes y altas contra las cuchillas.
-¡Vaya máquina! ¡Mira cómo trabaja! -gritó Ciro.
-La gran prueba está un poco más adelante -le advirtió su padre al aproximarse a una sección del campo donde el viento había inclinado el trigo.
Ciro miraba con ansiedad cómo las escarpias pasaban sobre las espigas dobladas y caídas, y las presionaban contra el suelo.
-¡La máquina es un fracaso! -protestó Roberto McCormick a la vez que tiraba de las riendas de los caballos airadamente para detener la segadora-. Durante veinte años he intentado construir una máquina segadora y siempre terminan así, en un fracaso.
-Pero, papá -objetó Ciro-, la máquina cortó bien al principio.
-¿Y qué, con eso? -le contestó su padre-. Ninguna segadora funcionará a menos que haga su trabajo bajo el sol o la lluvia, con las espigas bien levantadas o inclinadas. Nunca podrás esperar que un campo tenga todas las espigas perfectas. Eso bien lo sabes, Ciro.
-Sí, padre -respondió respetuosamente el joven McCormick-, pero todavía creo que de alguna manera puede hacerse bien. Me gustaría probar de nuevo.
-Adelante -le dijo el padre, un tanto desanimado.
“Estaría orgulloso de mi hijo si triunfara donde yo fracasé”, reflexionó. Tres años más tarde, en 1834, Ciro McCormick obtuvo la patente por una segadora que funcionaba bajo el sol y la lluvia, con las espigas bien levantadas o inclinadas, y en terreno parejo
o desnivelado.
A semejanza de los campos de trigo, la vida no siempre es como uno quisiera. También tiene sus días lluviosos y momentos difíciles. Para triunfar en la vida, necesitamos más que un Dios de días soleados. Necesitamos un Dios para todo tiempo, uno que nos pueda levantar cuando estemos derrotados y abatidos, uno que sepa cómo ayudarnos cuando nos sintamos tristes y agobiados. Jesús nos dice: “Yo soy ese Dios”.