TOCADO POR DIOS
“Con ella me tocó los labios y me dijo: ‘Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado’ ” (Isaías 6:7).
El pueblo de Israel llevaba una vida doble. Como resultado, su situación era dramática: iban al Templo a cumplir con los ritos sagrados, pero vivían en rebelión y apostasía. Elena de White amplía el contexto: “Las prácticas inicuas habían llegado a prevalecer de tal manera entre todas las clases, que los pocos que permanecían fieles a Dios estaban a menudo a punto de ceder al desaliento y la desesperación” (Profetas y reyes, p. 227).
A fin de enfrentar esa situación, Dios llamó a Isaías para que sea su mensajero. Sin embargo, el futuro profeta no se sentía en condiciones de enfrentar una obra tan desafiante. Su recelo tenía fundamento, pues durante su ministerio “iba a caer Samaria y las diez tribus de Israel iban a ser dispersadas entre las naciones. Judá iba a ser invadido una y otra vez por los ejércitos asirios, y Jerusalén iba a sufrir un sitio que sin la intervención milagrosa de Dios habría resultado en su caída” (Profetas y reyes, pp. 226, 227).
La situación era muy difícil y quedó bien clara después de los seis “Ayes” presentados por el profeta en el capítulo 5. Sin embargo, Dios le reveló su gloria, e Isaías no pudo resistir más y pronunció el séptimo “Ay”. Esta vez, no era contra el pueblo, sino contra él mismo. El profeta reconoció que para alcanzar gente de corazón duro, primero necesitaba tener un corazón puro. Con una brasa viva el ángel del Señor tocó sus labios y le dio la condición necesaria para cumplir su misión.
De manera semejante, hoy Dios está buscando gente para una obra de restauración, pero que, antes que nada, esté comprometida con la propia salvación. ¿Puede contar contigo? ¿Cómo están tus manos, tus pies, tus labios y tus ojos? ¿Qué necesita tocar primero tu vida el ángel del Señor? Tal vez sean tus pies, que te han llevado a lugares en los que el Señor no puede estar; tus manos, que te pudieron haber abierto contenidos virtuales inapropiados; acaso tus oídos, que estén escuchando música que te brindan satisfacción, pero comprometen tu salvación; quizá tu boca, que puede estar pronunciando palabras inadecuadas; o tus ojos, que leen o miran imágenes que no edifican.
Reconoce tu condición, y pide a Dios que purifique y transforme lo que no está en sintonía con su voluntad. Solamente de esa manera podrá confirmar tu salvación y prepararte para la misión.