UN PUEBLO BENDITO
«Dijo Dios a Balaam: “No vayas con ellos ni maldigas al pueblo, porque bendito es“». (Números 22: 12).
EL PUEBLO DE ISRAEL acampó en los campos de Moab, junto al Jordán, frente a Jericó. Los moabitas se llenaron de temor porque los israelitas eran muchos, y su rey, Balac, recordó que ese pueblo había derrotado a los amorreos. Entonces les comunicaron a los madianitas, sus vecinos y aliados: «Ahora esta gente va a devorar todos nuestros contornos, como devora el buey la grama del campo» (Números 22: 4).
Los moabitas sabían que Dios estaba con su pueblo y que durante su peregrinaje su Dios los había protegido de todo; era inútil atacarlos con armas de guerra. Tenían que buscar la ayuda de los dioses para poder vencerlos y sacarlos de sus tierras, porque suponían que las fuerzas sobrenaturales obrarían a su favor. Así que, decidieron acudir al poder de la hechicería para contrarrestar la fuerza de Dios.
En ese tiempo, había llegado a Moab la fama de un profeta llamado Balaam, de Aram, en Mesopotamia, que tenía esos poderes. Balaam, quien había sido un profeta de Dios y luego había apostatado debido a la avaricia y la ambición, usaba sus artificios para ganar dinero y fama. Por lo tanto, Balac decidió pedir su ayuda. Enviaron por él a los ancianos de Moab y Madián, con regalos de adivinación para conquistarlo.
Cuando llegaron a la casa de Balaam, le comunicaron el mensaje del rey Balac. Él sabía que debía rehusar esa invitación, pero no la rechazó, sino que los hospedó. Durante la noche Dios se le apareció a Balaam.
«¿Quiénes son estos que están contigo?» Respondió: «Son mensajeros de Balac rey de Moab que mandó a decirme: “Este pueblo que salió de Egipto cubre toda la tierra. Ven pues, ahora, y maldícemelo; quizá podré pelear contra él y echarlo”». Entonces dijo Dios a Balaam: «No vayas con ellos ni maldigas al pueblo, porque bendito es» (Números 22: 11, 12).
Es aliciente y satisfactorio saber que somos un pueblo bendecido, bajo la condición de la fe y la fidelidad a nuestro Dios. La bendición de la protección divina, la de su Hijo Jesucristo, de la vida eterna, de nuestra salvación. Elevemos nuestra voz en alabanza y gratitud a nuestro Dios por sus grandes bendiciones.