“NO ROBES”
“El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre” (Ecl. 12: 13).
Un día, durante mi devoción matutina, reflexioné en el Sermón del Monte (Mat. 5). En él, Jesús dio detales específicos sobre qué significa guardar los Mandamientos, ya que guardar los Diez Mandamientos va más allá de una limitada interpretación literal. Es mucho más fácil quebrantar cualquiera de los diez de lo que uno piensa. Hace poco, tuve una experiencia que me abrió los ojos a cuán fácil sería quebrantar el octavo: “No robes”.
Nunca pensé sobre mí misma como una ladrona. Doy mi diezmo, y también ofrendas a varias organizaciones benéficas y departamentos de la iglesia en los que colaboro. De hecho, como Secretaria de iglesia, manejo dinero semanalmente, en un sistema de rotación, y no tengo la tentación de quedarme con un poco; no tengo una veta cleptómana. Sin embargo, mis ojos se abrieron un día que fui a la ferretería a comprar bombillas de luz para una amiga.
Como todo lo que necesitaba eran seis paquetes de lamparillas de cien Watts, no tomé un canasto para transportarlos. Tomé los seis paquetes del estante, pero en el proceso uno se me resbaló y cayó al suelo, repiqueteando.
“Oh, no”, murmuré. “Me pregunto si se cortó el filamento de alguno de los focos”. No sería justo para mi amiga pagar un paquete de bombillas rotas. Vergonzosamente, se me cruzó la idea de volver a poner el paquete en el estante y tomar otro. Nadie estaba cerca como para escuchar o ver lo que había sucedido. Pero en un instante, las palabras “¡No robes!” se cruzaron por mi mente.
Fui hasta la caja registradora, y dije a la cajera que se me había caído un paquete y me preguntaba si ella tenía alguna forma de probar los focos, para ver si todavía funcionaban. Si no funcionaban, igualmente pagaría por el paquete, pero tendría que comprar otros más, para reemplazarlos.
Ella me miró con extrañeza, pero no tuve problema con eso. Me fui del negocio sin un atisbo de la culpa que hubiera sentido de haber sucumbido a la tentación. Llevé los focos a mi amiga con la conciencia tranquila.
“Dichosa la mujer que teme al Señor, la que halla gran deleite en sus mandamientos” (Sal. 112: 1).
EDITH FITCH