SIEMPRE PUEDES VOLVER A CASA
«Porque el Señor es bueno; su amor es eterno y su fidelidad no tiene fin» (Sal. 100:5).
Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón desbordado de emociones tan densas como la misma selva que lo rodeaba, Indalecio abrazó a su hijo pródigo. La noche anterior, Heriberto había soñado que su padre iba a recogerlo; pero del sueño a la realidad hay un trecho, y el joven no se atrevía a creer que fuera a cumplirse. Se cumplió. Ambos, padre e hijo, regresaron a casa.
A muchos kilómetros de donde ellos se encontraban, había una mujer que esperaba, nerviosísima, el momento del reencuentro. De pronto, en la oscuridad de la noche se perfiló ante sus ojos la sombra de dos caminantes. Estremecida, ella se levantó para ver de nuevo, tras siete años de dolor, el rostro de su hijo Heriberto. Calmados los ánimos, este les contó lo que le había sucedido.
Lejos de su hogar, Heriberto se había juntado con una mujer casada, y el esposo, al descubrir que ella le era infiel, decidió matarlos a ambos. La noche para la cual había planificado el asesinato, la joven iba acompañada de su madre y, a pesar de que le rogó a Heriberto que se fuera con ellas a casa, él decidió no hacerlo. A mitad del camino, el esposo surgió de la oscuridad enceguecido por los celos y mató a la madre y la dejó a ella gravemente herida. Cuando Heriberto supo la noticia, llevó a su amada a un hospital, pero ella falleció entre sus brazos. Acto seguido, él se internó en las montañas de Corcovado para huir de la venganza de aquel hombre, pero lo que encontró en su huida fue el amor sin límites de su padre.
Heriberto comenzó a leer la Biblia de nuevo y decidió entregarse al Dios de su niñez públicamente mediante el bautismo. ¿Quién no experimenta éxodos a lo largo de su vida? Siempre hay momentos en los que huimos de Dios, de nuestra familia, del pasado, del miedo tal vez… Todas hemos sido hijas pródigas en algún momento. Y si esa es tu realidad hoy, el Padre te invita a regresar a casa. Casa es donde estabas antes de perderte: en la confianza de las personas que te aman y en la práctica de una religión basada en las verdades del Evangelio.
El Señor ha sido paciente contigo, pero quiere tenerte ya de nuevo en su redil. Siempre puedes volver a casa, donde te espera su abrazo.