PERMITE QUE CRISTO BRILLE
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4: 13).
Mi hermana falleció la semana pasada. Cuando fui a su casa, noté su andador al lado de la puerta del garaje. Le saqué una foto para recordar que, en el cielo, ella correrá y no se cansará; literalmente. Sí: Lynne sin cuidados paliativos, ni vías intravenosas, sin prótesis, ni cirujanos, ni neurólogos, sin recetas médicas, ni bastones, ni dolor. Como dije el día que ella falleció: “Volveré a tener una hermana la mañana de la resurrección. ¡Y estará mejor que nueva!”
Y como le dije a ella, al verla en el cajón: “Te veré en la mañana”.
La muerte de Lynne hace que las Escrituras tengan un nuevo significado para mí. La noche anterior a que falleciera, ella pidió escuchar el himno “Gloria cantemos”, y ahora descansa en la seguridad, en una tumba en lo alto de una colina con vista al río. Es un descanso bien merecido. Aunque su cáncer y su enfermedad neuromuscular no tenían cura, recuerdo haber leído que el descanso era el único remedio que aliviaría sus síntomas. Ahora está descansando. Pero ¡no por mucho tiempo!
La semana anterior a que Lynne falleciera, recibí una historia de duelo y de gratitud. Era un testamento a Lynne, quien había disfrutado haciendo edredones. La historia cuenta que una mujer estaba ante el Hacedor en el Juicio final. Frente a ella, y a otras mujeres, estaban sus vidas como los cuadrados de un edredón. Un ángel estaba cociendo los cuadrados, formando un tapiz de vida. La mujer cuenta:
“Cuando mi ángel empezó a tomar cada pedazo de tela, noté cuán harapientos y rasgados estaban mis cuadrados. Cada uno representaba una parte de mi vida que había sido difícil: los desafíos, las enfermedades que había sufrido. Los peores agujeros habían sido hechos por las dificultades. Miré a mi alrededor. Nadie más tenía cuadrados así. Algunos tenían un pequeño agujero aquí o allá, y los demás tenían los colores más brillantes. Se me cayó el alma a los pies.
“Finalmente, llegó el momento en que todos los tapices debían ser puestos en alto, contra la luz, para observarlos. Cada mujer sostenía su tapiz. Sus vidas parecían tan completas. Entonces, mi ángel me dijo que me levantara.
“Cuando me puse en pie y sostuve contra la luz los cuadrados combinados de mi vida, todos suspiraron. Al mirar el tapiz de mi vida, observé que la luz se filtraba por todos los huecos, formando una imagen. ¡Era el rostro de Cristo!
“Jesús me dijo: “Cada vez que me entregaste tu vida, se convirtió en mi vida, mis dificultades, mi lucha. Cada punto de luz en tu vida corresponde a cada momento en que te corriste al costado y permitiste que yo brillara a través de ti”.
Por tanto, amada lectora, deseo que todos los “retazos raídos” y gastados que conforman tu “edredón” tengan agujeros, ¡para que Cristo brille a través de ellos!
DIANE SHELLYN NUDD