MILAGRO A LAS 11:59
“Los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el Concilio, y dijeron: ¿Qué haremos?, pues este hombre hace muchas señales’ ” (Juan 11:47).
o olvidaré fácilmente los meses desde febrero hasta agosto de 2013. En ellos, tuve muchos desafíos. Uno de los exámenes más críticos de un programa on-h’ne constaba de entre cuatro y quince páginas de investigación, con preguntas que debía entregar a principios de septiembre. A causa de una enfermedad, de que tuve que servir como jurado en un juicio, de que me robaron en casa, de un accidente de mi computadora, que la estropeó durante varias semanas, y de la mala salud de los miembros de mi familia, no pude cumplir con el plazo del examen. Lo único que pude hacer fue seguir teniendo fe en Dios cada día, e informar a mí asesora que no podía continuar en el programa. Debía dejarlo, y conformarme con una alternativa de menor grado.
Esa situación me devastó; y ciertamente tampoco fue una buena noticia para mi asesora académica. Ella me suplicó que lo reconsiderara, pero sentí que estaba demasiado enferma como para centrarme en tan importante examen que cambiaría mi vida.
Me aceptaron en un programa alternativo de menor grado, pero nunca presioné las teclas “aceptar” y “enviar” de mi respuesta en la página web de la institución. Con solo dos semanas y media restantes antes de la fecha límite de entrega del examen final de mi carrera favorita, decidí hacer un último esfuerzo. Pero no se lo dije a mi asesora. El último día del curso, completé y presenté en línea un examen. Eran exactamente las 11:59.
Veinticuatro horas más tarde, un correo electrónico me informó que mi examen ya había sido evaluado. “¿Cómo pudieron responderme tan rápidamente?”, me preguntaba. “¡Mi trabajo debió de haber sido Inaceptable!” Me quedé muy sorprendida, y nerviosa.
Mi corazón se aceleró a la velocidad de la luz al leer las siguientes palabras: “Felicitaciones, usted pasó este examen”. Grité de alegría y emoción, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Tenía que calmarme, para que mi esposo, que había venido al oírme gritar, pudiera entender y compartir conmigo aquel giro milagroso.
Mi asesora académica se quedó estupefacta, pero feliz. Era algo difícil de comprender para ella. ¿Cómo podía ella saber que yo era solo el instrumento silencioso y obediente, que había dejado que Dios tomara el examen a través de mí y obrara un milagro? Ojalá que un milagro así obre en ti, también.
Pauline A. Dwyer-Kerr