Miercoles 07 de Junio del 2017 – LA LEY DE AMOR – Devoción matutina para adultos

LA LEY DE AMOR

«El cumplimiento de la ley es el amor». Romanos 13: 10

FUE CRISTO QUIEN, en medio de los truenos y el fuego, proclamó la ley en el monte Sinaí. Como llama consumidora, la gloria de Dios descendió sobre la cumbre y la montaña tembló por la presencia del Señor. El pueblo de Israel, postrado en tierra, había escuchado, presa del pavor, los preceptos sagrados de la ley. ¡Qué contraste con la escena en el monte de las bienaventuranzas! Bajo el cielo estival, cuyo silencio se veía turbado solamente por el gorjear de los pajarillos, presentó Jesús los principios de su reino. Hablando al pueblo ese día con palabras de amor, les explicó los principios de la ley proclamada en el Sinaí. […]

La ley dada en el Sinaí era la expresión del principio del amor, una revelación hecha a la tierra de la Ley de los cielos. Fue decretada por la mano de un Mediador y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones humanos armonizaran con los principios divinos. El señor había revelado el propósito de la ley al declarar a Israel: «Ustedes serán mi pueblo santo» (Éxo. 22: 31, NVI).

Pero Israel no había comprendido la espiritualidad de la ley, y demasiadas veces su obediencia profesa, en vez de consistir en una entrega del corazón a la soberanía del amor, no era más que una sumisión a ritos y ceremonias externos. Cuando en su carácter y obra, Jesús representó ante la humanidad los atributos santos, benévolos y paternales de Dios, y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia minuciosa a las ceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni comprendieron sus palabras. Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requerimientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la esencia del servicio que Dios les asignaba, ellos, que miraban solamente lo externo, lo acusaron de querer derrocar la ley.

Las palabras de Cristo, aunque pronunciadas sosegadamente, se distinguían por una gravedad y un poder que conmovían los corazones del pueblo. Escuchaban para ver si repetía las tradiciones inertes y las exigencias de los rabinos, pero escuchaban en vano. «Las multitudes se asombraron de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley» (Mat. 7: 28-29, NVI). Los fariseos notaban la gran diferencia entre su propio método de enseñanza y el de Cristo. Percibían que la majestad, la pureza y la belleza de la verdad, con su influencia profunda y suave, echaba hondas raíces en muchas mentes.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 3, pp. 77-80.

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