UNA FAMILIA
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino… miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).
Como Adventistas, somos una familia, no meramente una confesión religiosa. A pesar de los desafíos culturales, geográficos, financieros o cualquier otra limitación, tenemos un mismo Padre, fuimos salvos por la misma sangre, tenemos un mismo nombre y vamos hacia la misma patria.
¿Cómo sería nuestra realidad si cada iglesia actuara aisladamente o fuese independiente? Cada iglesia sería una “isla” que pensaría únicamente en su realidad y juntas formarían un archipiélago que tendría común solo el nombre. Gracias a Dios que, por orientación divina, no seguimos ese camino. Somos dependientes los unos de los otros, y nuestras iniciativas se desarrollan para atender el crecimiento de la iglesia en todas las regiones. Nuestros recursos financieros se distribuyen para mantener el máximo posible de igualdad y oportunidades para todos, tanto para los que están más cerca como para aquellos que están del otro lado del mundo. Somos una familia, y no podemos olvidarnos de que “la unidad constituye la fortaleza de la iglesia” (Mensajes selectos, t. 2, p. 196).
Sin embargo, la unidad tiene un precio. Involucra humildad y abnegación de cada uno por el bien de todos, y el sacrificio de todos por el bien de cada uno. A fin de cuentas, “aquello que no tiene utilidad para el enjambre no es útil para la abeja” (Marco Aurelio). El apóstol Pablo dio un gran ejemplo de esa visión. Incluso con su temperamento fuerte y sus convicciones claras, cuando enfrentó una crisis con la iglesia por el tema de la circuncisión, 14 años después de su conversión, empleó 3 semanas en viajar 501 kilómetros hasta Jerusalén, para dialogar con los demás apóstoles y rescatar la unidad.
A medida que nos aproximamos al regreso de Jesús, surgirán movimientos que intentarán quebrar los eslabones de esta cadena. Sin embargo. Elena de White deja una advertencia: “Algunos han promovido la idea de que, a medida que nos acerquemos al fin del tiempo, cada hijo de Dios actuará independientemente de toda organización religiosa. Pero sido instruida por el Señor en el sentido de que en esta obra no existe cosa como que cada hombre puede ser independiente” (Testimonios para los ministros, pp. 500, 501).
Nuestra misión es clara: “La iglesia tiene que levantarse con el fin de resplandecer” (Recibiréis poder, p. 154). Ese es nuestro desafío profético, pero solamente vamos a cumplirlo si permanecemos integrados como familia. ¡Haz tu parte!