LA TORMENTA PERFECTA
“Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza” (Mateo 8:26).
Entre el 5 y el 9 de diciembre de 1703, se registró lo que los historiadores llaman “la tormenta perfecta”. Se trata de una gran tempestad (una de las más violentas de las registradas en Europa) que se extendió por unos quinientos kilómetros y afectó a Gales, el centro y el sur de Inglaterra, el mar del Norte, los Países Bajos, y el norte de Alemania.
A decir del periodista y escritor británico Daniel Defoe (autor del libro Robinson Crusoe), fue “la más terrible tormenta que haya visto el mundo”. Como resultado, se hundieron muchos barcos, se produjeron marejadas ciclónicas y se ahogaron entre ocho mil y quince mil personas.
No sé si habrás estado en medio de una gran tormenta, un tornado, un terremoto, o a merced de una impensada catástrofe natural. Pero sí estoy seguro de que has padecido fuertes “vientos” cuando decidiste hacer el bien; has llorado por tus sueños cuando estos se hundían; y has sufrido cuando tus más fervientes deseos se ahogaron en el mar de la frustración.
Un ser querido que muere, un amor que nos abandona, un amigo que nos traiciona, una enfermedad sorpresiva y terminal, una pérdida económica grande, un fracaso laboral o académico forman parte del cóctel tormentoso que nos rodea.
En Mateo 8 también se relata una gran tormenta que debieron enfrentar los discípulos. Sin embargo, no estaban solos. Jesús estaba en esa barca… pero, durmiendo tranquila y confiadamente. Cuando, desesperados, despertaron al Maestro de Galilea, este interpeló a sus discípulos con una frase extraña para ese momento de crisis. Extraña, pero necesaria: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mat. 8:26).
No podemos calmar las tormentas de la vida por nosotros mismos. Sí podemos tener calma aun en medio de la tempestad. La actitud ante las pruebas es una decisión personal; la fe determina la diferencia. El dolor está, la tristeza no se va, la lluvia golpea y moja la cara, pero la fe traspasa las nubes negras y ve más allá, al brillante sol.
Hoy puede ser un día histórico. Clama a Dios. Cultiva tu fe. ¡No te rindas! Él es más grande que cualquier tormenta, por más perfecta que parezca.
“Somos tan impotentes en esto como lo eran los discípulos para calmar la rugiente tempestad. Pero el que calmó las olas de Galilea ha pronunciado la palabra de paz para cada alma. Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: ‘Señor, sálvanos’, hallarán liberación” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 303).