Miercoles 02 de Agosto del 2017 – APRENDIENDO A CONTAR – Devoción matutina para Jóvenes

APRENDIENDO A CONTAR

“Hagan un censo de todo el pueblo de Israel, desde Beerseba en el sur hasta Dan en el norte, y tráiganme un informe para que yo sepa cuántos son” (1 Crónicas 27:2, NTV).

El 2 de agosto de 1790, se realizó el primer censo de los Estados Unidos.

Abarcó toda la nación, e incluyó una serie de datos demográficos que permitieron trazar políticas económicas, sociales y asistenciales. Este fue un factor que lo llevó luego a convertirse en “el país de las estadísticas”. Actualmente, este censo de realiza cada diez años. El último fue en 2010, y el próximo (2020) se realizará casi totalmente a través de Internet. Tal es la importancia de los datos así provistos que negarse a responderlo puede acarrear multas que van desde los 100 dólares para personas particulares hasta los 10 mil dólares para empresas.

La Biblia menciona un censo que fue motivo de contienda y de reprensión divina. El rey David, luego de sufrir la rebelión generada por su propio hijo Ab- salón, decide censar a Israel (1 Crón. 21). Nota que, inmediatamente después, David reconoce que había pecado al ordenarlo. Pero ¿hay pecado en un censo? Por supuesto que no; es sencillamente una herramienta estadística. Sin embargo, como toda herramienta, podría ser utilizado para bien o para mal. El problema radicaba en las intenciones al realizarlo.

En 1 Crónicas 21:1, se nos dice que fue Satanás quien incitó a David a realizar el censo. Él quería medir su fortaleza militar (la cantidad de hombres que podían luchar), solo para reafirmar su poder y su riqueza; confiaba más en el brazo humano que en el poder divino.

Por su orgullo, David y el pueblo no habrían cumplido con la ordenanza de Éxodo 30:11 al 16, de que cada varón de veinte o más años debía pagar medio ciclo como ofrenda para el Santuario, al realizarse un censo en Israel, para que no ocurriera mortandad. Este tributo debía ser pagado como expiación, o rescate, por quienes eran censados. Recordaba al pueblo que, más allá del poderío militar que arrojara el censo, la vida de ellos y el destino de la nación dependían de Dios.

Actualmente, seguimos tentados a confiar más en nuestras fuerzas o nuestra riqueza que en la bendición de Dios. Creemos que estamos seguros cuando tenemos un trabajo fijo, cuando logramos ahorrar dinero, cuando nuestra situación económica es “estable”, y olvidamos que Dios es quien derrama esas bendiciones sobre nosotros.

Hoy, vive y confía en Dios como si todo en tu vida dependiera de él.

Radio Adventista

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