Viernes 28 de octubre. Matutina para jóvenes – “Él me adopto”
Cuando vino el Cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo [….] a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. (Gálatas 4: 4, 5, RV95).
Cuando me bauticé, el 28 de marzo de 1992, el sermón previo a la ceremonia bautismal lo predicó Robert S. Folkenberg, que era el presidente de la Asociación General en aquel entonces. Ese día el pastor Folkenberg contó una ilustración que todavía recuerdo vívidamente, a pesar de que han pasado más de veinte años.
Un grupo de bomberos estaba haciendo todo lo posible para apagar las voraces llamas que estaban destruyendo una casa, cuando de repente se dieron cuenta de que en el segundo piso, se hallaba un niño de cinco años mirando por la ventana. Los padres habían muerto en el incendio y la escalera que llevaba al piso superior había sido consumida por el fuego. Todo parecía indicar que el niño no tenía ninguna esperanza de sobrevivir. Entonces, un transeúnte, al ver lo que estaba pasando, subió hasta el segundo piso trepando por un tubo de metal que se había sobrecalentado por causa de las llamas, entró a la habitación y salvó al niño.
Un año después se debatía en un tribunal la adopción del muchachito. Varios candidatos se presentaron y esgrimieron las razones por las que ellos merecían ser los padres adoptivos del niño. Médicos, maestros, abogados, enfermeras, todos estaban listos para recibirlo; pero el niño se negaba a vivir con ellos. Mientras debatían el asunto entró un hombre a la sala y dijo:
—Señoría, yo quiero adoptar al niño. No tengo dinero, no soy profesional, pero quiero adoptarlo.
El juez lo miró y le dijo:—Pero si usted se ha presentado aquí, alguna buena razón tendrá para creer que merece que se le dé la adopción.
El hombre, con lágrimas en los ojos, se limitó a enseñar sus manos quemadas, y luego agregó:—Esta es la prueba de mi amor por ese niño.
Cuando el niño lo vio, lo reconoció, lo abrazó con la mayor ternura y pidió que lo dejaran con el que se había sacrificado para salvarlo.
Hace más de dos mil años, por su muerte en la cruz, por sus manos laceradas, Cristo ganó el derecho de adoptarnos como sus hijos. Él nos libró del fuego eterno.
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