Domingo 12 de febrero. Matutina para jóvenes – “Be adentro liada afuera”
“No se interesen tanto por la belleza externa: los peinados extravagantes, las joyas costosas o la ropa elegante. En cambio, vístanse con la belleza interior, la que no se desvanece, la belleza de un espíritu tierno y sereno, que.es tan precioso a los ojos de Dios” (1 Pedro 3:3,4, NTV).
Durante los duros años de la Segunda Guerra Mundial, la moda era austera y, dado que la materia prima era escasa, la ropa se confeccionaba con un mínimo de tela. Al terminar la guerra, las mujeres se volcaron a la frivolidad y buscaban ropa femenina más sofisticada. El 12 de febrero de 1947, Christian Dior presentó su nueva línea de ropa, llamada “Corolle” (en alusión a la corola, o anillo de pétalos, de una flor). Caracterizada por el uso excesivo de tela, rompía con la monotonía de aquella austeridad (sus vestidos requerían entre 9 y 70 metros de tela). Denominada “nuevo look”, dominó la moda durante diez años y restableció a París como centro mundial de la moda tras la Segunda Guerra Mundial, gracias al éxito de la Casa Dior.
Desde entonces, la moda ganó cada vez mayor preponderancia en Occidente, hasta ocupar un lugar central en nuestras vidas, definiendo identidades sociales, y creando o modificando patrones de comportamiento y consumo.
En su libro Sociología de la moda, Frédéric Godart analiza el fenómeno de la moda desde lo teórico, antropológico y sociológico, destacando que actúa de manera transversal en la historia de la sociedad moderna. Señala que la moda se inicia en la Italia del Renacimiento, donde es utilizada por la burguesía para distinguirse y diferenciarse de la vieja aristocracia. La ostentación surge como fenómeno de identidad y pertenencia grupal. Era elemento de estatus, capaz de generar identidad. En adelante, se asoció con ostentación, lujo, frivolidad y un énfasis claro en las apariencias.
La Biblia, en cambio, se preocupa mucho más por, valga la paradoja, el adorno interior, manifestado mediante un carácter semejante al de Cristo. Para el apóstol Pablo, lo que debe atraer a los demás es nuestra capacidad de amar y servir, no nuestra apariencia exterior. “Asimismo, que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia, no con peinado ostentoso, no con oro, o perlas, o vestidos costosos; sino con buenas obras, como corresponde a las mujeres que profesan la piedad” (1 Tim. 2:9). De lo contrario, el cristiano se asemeja a una manzana roja y atractiva por fuera, pero podrida por dentro.
No me malinterpretes: hablo de énfasis. No podemos vivir en una burbuja y abstraemos de la sociedad; pero, si estamos más preocupados por nuestro atavío exterior que por el desarrollo de un carácter cristiano, corremos peligro de vivir una vida cristiana superflua y de apartarnos de Dios.