Miércoles 28 de septiembre. Matutina para damas – Un método infalible
«La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo» (1 Juan 4: 18, TLA).
“Es imposible ponerse nervioso en público cuando se ama al público”. Mary Martin
DESDE los dieciocho años he tenido cargos en la iglesia: directora de Escuela Sabática, maestra de varias clases, anciana… pero no fue hasta los treinta y nueve que logré controlar la ansiedad y el nerviosismo que me producía hablar en público, saber que iba a ser observada.
Durante años me imponía sobre mí misma una pesada carga de perfeccionismo, porque quería que todos se dieran cuenta de que yo valía, de que podía hacerlo bien, de que mi manera de pensar y de analizar las cosas era digna de admirar. Hasta que me liberé por completo de ese tipo de estrés generado por un inminente momento de gloria. Y recuerdo perfectamente cómo sucedió.
Iba a ir de visita a mi ciudad natal y pensé: «¿Cómo puedo beneficiar a esta querida iglesia en el poco tiempo que estaré por allí?». Lo mejor que se me ocurrió fue ofrecerme para dar el sermón dos sábados. Así lo hice y, para mi sorpresa, y por primera vez en mi vida, en ninguna de las dos ocasiones me temblaron las piernas ni la voz al hablar en público. Yo misma estaba sorprendida, así que me detuve a analizar el porqué. La razón se me hizo evidente en seguida: en ningún momento había pensado en mí; todo había sido fruto del cariño, de mi deseo de ser útil, de beneficiar a mis hermanos con las verdades de las que tanto me he beneficiado yo. Y punto, eso era todo. Desde el púlpito miré a los ojos a cada una de las personas que me observaban. Conocía muchos detalles de sus vidas, y pensaba: «Ojalá fulanita encuentre consuelo en mis palabras»; «Ojalá menganito salga fortalecido hoy de aquí». Y aquella empatía me conmovió por completo. Me olvidé de mí misma, solo pensé en ellos, y ahí comenzó el milagro. Tan sencillo era y, sin embargo, tanto tardé en entenderlo. Para que no te pase a ti lo mismo, te acabo de revelar el secreto.
Cuando me pregunto «¿Qué tal lo estoy haciendo?» abro la puerta a los nervios, a esa expectativa que me genera temor y temblor. Cuando te pregunto «¿Cuánto bien te estoy haciendo?» se esfuma la ansiedad y solo queda el amor. Y ese amor al otro libera de la preocupación por una misma.
Pruébalo; es un método infalible.