Miercoles 19 de octubre. Matutina para damas – “Simplemente diferentes”

Miercoles 19 de octubre. Matutina para damas – “Simplemente diferentes”

«Ayúdense entre sí a soportar las cargas, y de esa manera cumplirán la ley de Cristo» (Gál. 6:2).

“Ser diferente es algo común”. Miguel Colmenares

HACE YA algunos años, frecuentaba la pequeña iglesia de mi ciudad natal un hombre que, cuando no estaba con nosotros, estaba en un hospital psiquiátrico, interno. Se llamaba Manuel, y me pesa reconocer que yo era más feliz los sábados en que él no hacía acto de presencia. Le tenía miedo porque era diferente (o más bien porque yo era cobarde, ignorante y prejuiciosa). No lograba ver, en mi juventud, que toda persona tiene su propio ministerio, su ámbito de influencia. Sin duda, el de Manuel, infinitamente más limitado que el mío por las duras circunstancias de su vida, pero real al fin, y esencial para él y para las personas con quienes comparte Su espacio.

Allá por el siglo XVIII hubo un hombre también especial llamado Alexander Cruden. Cruden sufrió de inestabilidad mental durante gran parte de su vida. Su primera crisis le sobrevino a la edad de diecinueve años, y de ahí en adelante tuvo episodios difíciles; perdió la capacidad de relacionarse con la gente y, en ocasiones, mostró conductas completamente irracionales. En tres oportunidades fue ingresado por su familia en hospitales psiquiátricos. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones y sin la ayuda de nadie (absolutamente nadie), escribió una concordancia completa de la Biblia en 1737 que, desde que vio la luz hasta el día de hoy, nunca ha estado fuera de circulación. Figura en los estantes de todo erudito bíblico. Aunque hubo concordancias anteriores a la suya, no eran sistemáticas, ni tan completas y manejables. El mismísimo Dwight L. Moody llegó a decir: «Las únicas herramientas necesarias para estudiar la Biblia son la Biblia y la Concordancia de Cruden».

A pesar de las duras pruebas de su vida, Cruden se mantuvo fiel a Dios y se hizo célebre por sus actos de caridad y su ministerio en las prisiones. A los setenta y un años murió de rodillas, mientras oraba. Con su vida nos ha dejado un mensaje muy claro: sentirnos incómodas con las personalidades de los demás y menospreciar los talentos que han recibido es señal de inmadurez espiritual. Dios usa a todo el que se pone en sus manos, no solo a los que yo considero que tienen talentos «útiles».

En la iglesia, pues, hemos de hacer de buen grado lugar para todos; para los enfermos, los antisociales, los marginados, para gente emocional o económicamente inestable; en definitiva, para los pecadores… como yo.

 

Radio Adventista

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