Lunes 10 de octubre 2016. Matutina para damas – “Salir del encierro”
«¿Por qué voy a desanimarme? ¿Por qué voy a estar preocupado? Mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando» (Sal.43:5).
“La persona que se aísla se siente débil, y lo es”. Concepción Arenal
VAMOS A comenzar hoy con una pregunta que me habría venido muy bien que me hubieran hecho a mí cuando era más joven e inmadura. Es esta: cuando lo estás pasando mal, ¿eres capaz de ver más allá de ti misma y fijarte en los demás, o únicamente consigues prestar atención a tu propio dolor? Hay una gran diferencia entre ambas actitudes, por eso quiero animarte en este día a comprender la importancia de no actuar como nos pide esa vocecita interior que tantas veces se equivoca.
En muchas ocasiones, cuando estamos preocupadas, enfadadas, sufriendo, o simplemente nos sentimos mal por razones personales, nos encerramos en nosotras mismas. Parece como si no existiera nada más en este mundo que nuestra propia angustia interior, nuestra persona, y nos duele el hecho de que los demás no sean capaces de llegar a nuestro dolor. Así que nos aislamos, y nos creemos con derecho a mostrar abiertamente a todo el mundo las emociones negativas que estamos sintiendo. Por el simple hecho de que las cosas no nos van bien, consideramos que tenemos ese derecho que, en realidad, no tenemos.
Muchas veces me he visto a mí misma en esta situación, hasta que me di cuenta de que lo cristiano es entender que no soy la única persona en el mundo, que los demás también tienen sus penas, sus angustias, sus sufrimientos, y que requiere valor y una gran confianza en Dios olvidarme de mí para llegar al otro y mostrarle verdadero interés. Se trata de comprender que no somos lo más importante en el mundo; lo más importante es el otro. Cuando nos aislamos, debilitamos el poder del evangelio.
Así como nosotras deseamos que alguien se dé cuenta de lo que sucede en nuestro interior y se nos acerque con una palabra de ánimo y consuelo, los demás también necesitan que nos demos cuenta de su presencia y de las emociones que experimentan. Necesitan que alguien se preocupe por ellos y es imposible que lo hagamos si estamos encerradas en nosotras mismas.
Paradójicamente, cuando salimos de nuestro encierro y ponemos nuestra atención en el sufrimiento ajeno, nuestra propia alma se cura. Mientras que pensar solo en una misma es condenarse a la soledad y a vivir un evangelio improductivo.