Martes 17 de enero. Matutina para damas – ¿Podría ser más evidente?
“Para Dios todo es posible” (Mat. 19:26).
Desde hace años intercambio correos electrónicos con Jennifer, una joven madre soltera de África. Ella me contaba siempre que deseaba mejorar su vida con una buena profesión, que le gustara y que le permitiera mantener a sus hijos. A menudo orábamos juntas, y finalmente pudo entrar en la universidad para cumplir sus sueños.
Jennifer lo organizó todo para que sus hijos fueran a vivir con la abuela durante el año escolar, con el fin de poder estudiar y trabajar duro para pagar su matrícula. Pero el año pasado Jennifer nos contó que estaba corta de fondos para poder terminar el curso. Debido a que su necesidad financiera no era una suma tan grande, mi esposo y yo pudimos enviarle el dinero que necesitaba. Ella estaba muy agradecida por nuestra ayuda, y esperábamos que fuera capaz de pasar el segundo año por sí misma.
Más adelante, me llegó otro correo electrónico en el que Jennifer me decía que necesitaba un poco más de ayuda económica, para poder tomar sus exámenes. En situaciones normales, habríamos podido conseguirle los fondos, pero habíamos tenido algunos gastos inesperados y estábamos cortos de dinero. Le explicamos por qué no podíamos ayudarla esa vez. Ella dijo que lo comprendía y que seguiría manteniéndonos en oración, para que pudiéramos satisfacer nuestras propias necesidades financieras. Ella no estaba pensando solamente en sí misma, sino en nosotros también.
Una mañana, mientras mi esposo y yo hablábamos de las necesidades de Jennifer, me sentí motivada a orar para que si era la voluntad de Dios que la ayudáramos, fuera él quien nos lo dejara muy en claro ese mismo día. Por lo general, el correo llega al final de la tarde cada día, pero ese día llegó justo después de almorzar. Cuando lo revisamos, había dos cheques que no esperábamos en absoluto. Uno era por una cantidad muy pequeña, pero el otro era por la cantidad exacta que Jennifer necesitaba para poder presentarse a los exámenes. Mi esposo y yo nos miramos con lágrimas en los ojos. Nos quedamos sin palabras por un momento, y luego estuvimos de acuerdo en que no podía ser más clara la respuesta que Dios había dado a nuestras oraciones. Fuimos al banco tan pronto como pudimos, y transferimos el dinero a la cuenta de Jennifer. Su necesidad era mayor que la nuestra.
A pesar de que nosotros no éramos capaces de ayudar a Jennifer, Dios sí lo era. Con él, todo es posible. Con gratitud, lo glorificamos por haber respondido a nuestras oraciones por ella… ¡y de qué manera!