Viernes 17 de febrero. Matutina para damas – “Mi refugio”

Viernes 17 de febrero. Matutina para damas – “Mi refugio”

“Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas” (1 Juan 3:20).

Son las dos y media de la mañana; estoy a solo unas preciosas horas de que mis bebés se despierten y vuelva a empezar la rutina diaria. Estoy agotada, pero no puedo dormir. Me invade obsesivamente una inquietud, un persistente sentimiento de culpa e insuficiencia. En los últimos días, he sentido el anhelo de arrastrarme hasta la sala del Trono de mi Padre, donde estoy segura de que puedo encontrar un refugio de paz.

Intento imaginarme lo que sería introducirme en ese lugar tranquilo para descansar un poco. No necesito ningún tratamiento especial. Me bastaría acurrucarme en algún rinconcito, mucho mejor detrás de su Trono, donde nadie tiene por qué verme, aparte de él. Doy por hecho que mis acusadores podrían entrar ruidosamente detrás de mí, con gesto de reprobación y voces que proclaman mis faltas. Casi puedo oírlos: “¡No trabaja lo suficiente!” “¡Desperdicia el tiempo!” “¡No se ocupa debidamente de sus niños, que están llenos de mocos y tosiendo! [¿Los oyes tú también ahora…?]”. “¡Se acuesta demasiado tarde!” “¡Dice montones de estupideces!” “¡No valora lo bastante a su esposo!” “¡Es indisciplinada!” “¡No lleva al día sus tareas!” “¡No aporta un centavo al sustento familiar, aunque cuenta con estudios suficientes!” “¡Tiene mucha ambición, pero poca motivación!” “¡Codicia una casa más grande y un cuerpo más bonito!” “¡Piensa y dice cosas desagradables!”

Y me quedaría temblando detrás del Trono, dispuesta a asentir: “Es cierto, es totalmente cierto, y estoy muy avergonzada”. Pero no necesitaría decir nada, porque mi Padre ya lo sabe todo. Él no necesita que yo responda. Los dedos que apuntan hacia mí se topan con él. Y de hecho, a él no le preocupan en lo más mínimo.
Yo no necesitaría oír lo que él dice en respuesta a las voces acusatorias. No necesitaría ver lo que escribe en el polvo. Solo quisiera oírlo decirme: “Mujer, ¿dónde están los que te acusan?” Y yo alzaría la mirada y encontraría el patio vacío.

Entonces, daría cualquier cosa por ser una niña otra vez, aunque fuera solo por un minuto; por gatear hasta su regazo y, sin la menor preocupación, dormirme un rato y descansar.
Quedan ya solo tres horas hasta que otro día P (Día de los Pañales, quiero decir) dé comienzo. Con todo, si no puedo dormirme, aun así descansaré en el corazón de Dios y él en el mío. ¡Serán tres horas bien empleadas!

 

Radio Adventista

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