Sábado 12 de noviembre. Matutina para damas – “Mejor me callo”

Sábado 12 de noviembre. Matutina para damas – “Mejor me callo” 

«Cuidar las palabras es cuidarse uno mismo; el que habla mucho se arruina solo» (Prov. 13:3).

“En las muchas palabras no falta el pecado; el que es prudente refrena sus labios”. Salomón

CIERTAMENTE LAS ESCRITURAS presentan ideales imposibles de alcanzar sin la ayuda de Dios. Piensa, por ejemplo, en este: «No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen» (Efe. 4: 29). ¿No decir malas palabras? ¿Nunca? Bueno, no es fácil, pero se puede lograr. Si hemos tenido una buena educación y somos mujeres refinadas, quizás con este aspecto del evangelio no tengamos dificultad. Pero ¿decir «solo palabras buenas»? ¿Hablar únicamente para edificar a los demás y si no, quedarnos calladas? ¿Entrar exclusivamente en conversaciones que sean de beneficio para todos los presentes y abstenernos de las que dejan mal sabor de boca y remordimientos de conciencia? Eso ya son palabras mayores.

¿Me pasará solo a mí, o tú también te sorprendes a ti misma con frecuencia diciendo algo que mejor te hubieras callado; discutiendo con tu esposo sin razón; desanimando a tus hijos con comentarios negativos; criticando a alguien que no está presente; quejándote de una circunstancia, cosa o persona que, seamos sinceras, no es para tanto? Voy a suponer que eres humana como yo, y que tu lengua te juega malas pasadas como a mí. ¿Será que podemos seguir actuando así o que, conscientemente, deberíamos ponerle un freno a nuestra lengua y pensar dos veces antes de hablar? A mí me parece que si nuestras palabras hacen daño a los demás y entristecen el corazón de Dios, hemos de intentar mejorar en este aspecto de nuestra vida, ya que no nos afecta solo a nosotras.

«Con la lengua, lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe ser así. De un mismo manantial no puede brotar a la vez agua dulce y agua amarga» (Sant. 3:9-11). Hay que ponerle freno a la lengua. ¿Cómo? Esa es la parte difícil. Para empezar, recuperando el dominio propio que tanto se nos pierde a veces. Para continuar, tomando una firme resolución; algo así como: «En el día de hoy, seré cuidadosa con mis palabras a mis familiares, jefes, compañeros de trabajo, amigos y conocidos». Y mañana, al levantarte, tomando la misma resolución otra vez. Y pasado, y al otro, y al otro… Pidiéndole al Señor nuevas fuerzas cada día, pues las de hoy no sirven para mañana.

Radio Adventista

View all contributions by