Domingo 2 de octubre. Matutina para damas – “La personalidad perfecta”
«Que el mensaje de Cristo permanezca siempre en ustedes con todas sus riquezas. Instrúyanse y amonéstense unos a otros con toda sabiduría» (Col. 3:16).
“Mientras que al sanguíneo le gusta hablar sin pensar, al melancólico le encanta pensar sin hablar”. Florence Littauer
UNA IGLESIA acababa de tener una mala experiencia con su pastor. Así que decidieron elegir a otro nuevo, como es costumbre en algunas denominaciones, y un comité fue el encargado de hacerlo. Se presentaron varios aspirantes, y el comité escogió al más sanguíneo. Querían un líder con ese tipo de personalidad; y así, de acuerdo a su personalidad, actuó el nuevo pastor.
Un día, dos minutos antes del servicio de culto, el pastor estaba buscando quien tocara el órgano, pues se había olvidado de que el organista le había dicho con una semana de antelación que aquel día no estaría en la iglesia. A la semana siguiente, el pastor olvidó recoger la ofrenda; y la siguiente, no se acordó de cantar el himno final. Una semana después, cambió al director del coro sin consultar con nadie, y eligió a uno que nadie quería. Eso sí, los sermones del nuevo pastor eran muy entretenidos.
Es interesante esto de las personalidades. Recientemente tuve una conversación con unos amigos que llevan tres años casados. Cada uno me contaba las dificultades de adaptación que tienen por causa de sus diferentes temperamentos. Ella es habladora, expresiva, familiar y le encanta salir; él es callado, poco expresivo, más bien solitario y muy tranquilo. Siguen intentando que el otro se adapte a su manera de ser.
Todos tenemos personalidades diferentes. Unos son activos, otros pasivos; a unos les gusta ser líderes, otros rehúyen el protagonismo. Muchos son optimistas; otros tienen una perspectiva negativa incluso de las cosas buenas que les pasan. Y no existe una personalidad perfecta, por más que nos tiente creer que la nuestra es la que más se acerca a la perfección.
Pretender que alguien se adapte a nosotros en este sentido, es pretender lo imposible. La única meta realista es desarrollar una personalidad equilibrada que considere sus propios defectos e intente ir mejorando con el tiempo, y que acepte a los demás como son y los ayude en su refinamiento. Para esto de controlar el temperamento dependemos del Espíritu Santo, de modo que él, partiendo de nuestras personalidades, dé a cada uno los frutos del cristiano.