Sábado 29 de octubre. Matutina para damas – “El precio de la entrega”
«Yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo los odia, porque ya no son del mundo» (Juan 15: 19).
“En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor yo he vencido al mundo”. Jesús
UN JUEZ inglés que vivía en la India se hizo amigo de un joven hindú de familia acomodada. Cuando el joven se convirtió al cristianismo, sus padres lo echaron de casa y el juez lo acogió, dándole trabajo como sirviente. En una de las devociones vespertinas que tenían por costumbre realizar, el juez leyó en voz alta Mateo 19: 29: «Todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terrenos, recibirán cien veces más, y también recibirán la vida eterna». Entonces se dirigió al joven: «Aquí el único que ha pasado por esta experiencia eres tú. ¿Puedes decirnos si es cierto lo que dijo Jesús?». El muchacho respondió: «No. Hay un error. Falta un cero. No se recibe cien veces más, sino mil».
Caminar con Cristo tiene un precio. No es necesario vivir en un país que rechaza la práctica del cristianismo para tener que pagar ese precio. Ser completamente fiel a Dios e íntegras en todos los aspectos de la vida es un camino seguro al rechazo en algunos círculos sociales; a la pérdida de ciertos amigos y puestos de trabajo; y al conflicto con familiares y conocidos que ven nuestra entrega como fanatismo, sectarismo o debilidad, Pareciera lógico creer que cuando nos entregamos a Dios, todo va a mejorar; pero, paradójicamente, no sucede así. Por -seo eso, la gran pregunta es: ¿Estoy dispuesta a lo que venga por seguir a Cristo?
Antes de tomar decisiones importantes, yo suelo ponerme en lo peor. No por pesimismo, sino para estar segura de que quiero dar el paso. Analizo cuáles serían las consecuencias más duras y me pongo en esa tesitura; si estoy dispuesta a todo lo que implica, tomo la decisión. Con esto de ser cristiana, creo que hay que actuar exactamente igual porque, lo queramos o no, lo veamos o no desde un principio, entregarse completamente a Cristo implica renunciar a muchas cosas y enfrentar situaciones que están más allá de nuestro control. Créeme, antes o después sucederá.
Pero hay mil recompensas. La primera, aprender a amar a quien nos rechaza, nos persigue o nos hace la vida difícil. Solo esto, ya vale la pena.