Domingo 5 de febrero. Matutina para damas – “Dios cuidará de ti”
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19),
Durante mi vida he experimentado lo que significa tener que prescindir de cosas importantes, o disponer de muy poco para las necesidades vitales. Siendo la mayor de diez hijos de una familia empobrecida, aprendí pronto a no ser egoísta y a compartirlo todo con mis hermanos. Si tenía una manzana o un pastel, me aseguraba de repartirlo entre todos. Esto servía de ejemplo para los más pequeños. También compartíamos lo que teníamos con nuestros vecinos y amigos.
Aun cuando mis padres eran pobres, eso no les impedía dar a otros. Personas con necesidades a menudo acudían a ellos, en busca de ayuda. Aunque una persona dé sin compromiso alguno y sin esperar nada a cambio, invariablemente Dios bendice al dador. Por eso, a una edad temprana, aprendí a orar al Señor y a confiar en él, que es fiel con quienes ayudan a aquellos que tienen necesidades.
Años después, hubo muchas veces en que no supe cómo podría pagarme la matrícula para la enseñanza secundaria y para la universidad, pero Dios siempre vino a socorrerme. Trabajaba a tiempo parcial en el predio durante el semestre lectivo. Vendía revistas y libros cristianos durante el periodo estival, para cubrir mis gastos académicos. De un modo u otro, siempre obtenía el dinero suficiente, así que, no me vi obligada a abandonar la escuela ni a interrumpir mis estudios.
Durante el último semestre de mis años universitarios, me agobiaban los pagos que tenía pendientes. No encontraba una solución. Entonces, un maravilloso pastor y su esposa, que eran generosos como lo habían sido mis padres, me ofrecieron ayuda permitiéndome vivir en su casa junto al predio, lo que eliminó mis gastos de alojamiento. La esposa del pastor, incluso, me pagó el uniforme escolar.
Con la ayuda de mi Sustentador celestial, me diplomé en la universidad y conseguí un trabajo en una escuela de la iglesia. Allí, pude acabar de pagar mi deuda escolar. Dos años más tarde, Dios me abrió el camino para trasladarme a los Estados Unidos. Una vez más, experimenté dificultades económicas. No obstante, pude conseguir el título de Enfermería.
Verdaderamente, puedo decir que compensa confiar en Dios y dar a los demás en su nombre. Mis padres, de humilde posición económica, eran incondicionalmente generosos, y Dios siempre se lo devolvía de un modo u otro. Cuando compartimos su amor, este acaba volviendo a nosotros y encontrando una salida donde no la había.