Viernes 21 de octubre. Matutina para damas – ¿A quién me parezco?
«En él vivimos, nos movemos y somos» (Hech. 17: 28).
“Por naturaleza, los hombres son muy parecidos entre sí. Son el saber y la experiencia lo que los diferencia”. Confucio
DE NIÑA, todo el mundo me llamaba Pedrita, porque decían que era idéntica a mi padre, que se llamaba Pedro. Y yo, como suele suceder, lo que quería era parecerme a mi madre. Así que me frustraba pensando que una no tiene la libertad de decidir a quién parecerse.
Por esas vueltas que da la vida, de unos años a esta parte la gente me dice que me parezco muchísimo a mi madre. No sé si es porque ya no pueden comparar, al haber fallecido mi padre hace tantos años, o si en realidad el parecido es grande. Yo, la verdad, no lo veo tan claro, pero me hace ilusión que me lo digan porque es como un deseo cumplido. Luego, a solas, pienso: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Al menos, en relación con los parecidos físicos aquí en esta tierra, ¿qué importancia puede tener eso?
Está claro que no tenemos la opción de elegir a quién parecernos físicamente, los genes lo determinan por completo. Pero en cuanto a quién deseamos parecernos en el carácter, eso ya es otra cosa. Ahí sí tiene su peso el libre albedrío con el que hemos sido creadas. Que se repitan en mí ciertos rasgos de las personalidades de mis padres está, en gran parte, en mi mano. Puedo tomar dos caminos: imitar lo bueno que veo que ellos hacen, tienen y son; o copiar lo malo.
Existen casos de personajes bíblicos para ambas opciones. Tomaron el camino de conducirse en todo con rectitud, como lo habían hecho sus padres, Josafat, Amasías o Jotam, entre otros (ver 1 Rey. 22:40-43; 2 Rey. 14:3; 2 Rey. 15: 33-34). Tomaron la senda opuesta Atalía, «que era la maldad misma» (2 Crón. 24:7), así como los hechos de su padre Omrí habían sido malos a los ojos del Señor (ver 1 Rey, 16:25) y Jezabel, esa mala malísima donde las haya que era hija de un rey pagano.
¿A quién queremos parecernos? Cada día tenemos ante nosotras esa decisión que tomar. Yo, ahora, tengo el modelo muy claro: quiero ser lo más parecida posible a mi Padre celestial. Y sé que puede lograrse, porque Jesús me ha enseñado no solo que es posible, sino cómo alcanzar ese ideal. Ahora solo falta saber qué decides tú.