Domingo 21 de agosto. Matutina para adultos – Viaje con los judíos – 2

Domingo 21 de agosto. Matutina para adultos – Viaje con los judíos – 2

«El Señor vio la magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo. Entonces el Señor lamentó haber creado al ser humano y haberlo puesto sobre la tierra. Se le partió el corazón». Génesis 6: 5, 6, NTV

OCHO SUPERVIVIENTES en un arca flotante no es exactamente un lanzamiento glorioso del remanente. Tampoco lo es el hecho de que el capitán del navío se emborrachase tras desembarcar en tierra firme. El remanente nunca ha sido grande ni perfecto. Según ha demostrado la historia sagrada, siempre que Dios ha suscitado su remanente, nunca ha sido en función de la santidad innata de este ni de sus superiores virtudes. Hay un grano de verdad en la pegatina de parachoques: «No soy perfecto; solo perdonado». Exactamente como Noé y Abraham, que, como progenitores del remanente, fueron llamados y elegidos por Dios por una fe radical en él a pesar de sus debilidades humanas. «Sal de Babel, sal de Ur, salgan de ella, pueblo mío» ha sido el apasionado grito de Dios a su remanente desde el principio. Y salieron, aun siendo débiles e imperfectos (y lo siguen siendo).

Y sobre ellos se ha desatado la gran batalla cósmica entre Cristo y Satanás, campo de batalla siempre centrado en estas comunidades, que han buscado permanecer fieles al Dios creador. Pero, ¿te has fijado en que, precisamente cuando parecía que el pueblo de Dios estaba a punto de ser exterminado, Dios intervenía sobrenaturalmente y libraba de la destrucción a un remanente? Así, José pudo anunciar a sus hermanos, aún atónitos, que momentos antes habían averiguado que era el hermanito que ellos habían vendido como esclavo: «Por eso Dios me envió delante de ustedes [aquí a Egipto]: para salvarles la vida de manera extraordinaria y de ese modo asegurarles descendencia sobre la tierra» (Gén. 45: 7, NVI). Para salvar a su remanente, Dios sigue interviniendo.

Como hizo en el poderoso Éxodo, cuando una multitud de esclavos liberados huyó de Egipto bajo el manto de la oscuridad. ¿Quién, si no Dios, podría haber sabido aquella trascendental noche que era el nacimiento de la gran fe y el movimiento de verdad que, como un sujetalibros, alinearía un lado del estante de la historia de la salvación? Y, ¿cuál era la razón de ser de ese movimiento? «Pues tú eres un pueblo santo porque perteneces al Señor tu Dios. De todos los pueblos de la tierra, el Señor tu Dios te eligió a ti para que seas su tesoro especial. […]porque el Señor te ama» (Deut. 7: 6-8, NTV). Los elegidos son el remanente. Y el remanente es elegido simplemente por el amor de Dios.

 

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