Martes 1 de Novembre. Matutina para adultos – “Santo, santamente, por entero – 1”

Martes 1 de Novembre. Matutina para adultos – “Santo, santamente, por entero – 1”

«El Señor eligió a Jacob como su propiedad; hizo que Israel fuera su propio pueblo. Yo sé bien que el Señor nuestro Dios es grande, ¡que es más grande que todos los dioses!». Salmo 135: 4, 5, RVC

JAMÁS OLVIDARÉ aquella tarde. El reloj marcaba la cuenta atrás hacia el primer sábado del nuevo año escolar. Pero el jueves, estando yo sentado a la mesa de mi despacho, con los comentarios y los libros amontonados unos encima de otros, el sermón, sencillamente, no salía. Doquier me volvía, topaba de frente con un tema en el que no tenía voluntad de ahondar. Aquella noche, ya avanzada, me aparté de una hoja en blanco y me dirigí al despacho para firmar unas cartas. Antes de volver a casa, entré en el oscuro santuario. Oré para que Dios, de alguna manera, me hiciese superar el atolladero mental y me diera una indicación de lo que quería que predicara en el sábado inaugural. A la mañana siguiente tenía la agenda abarrotada y para colmo mi secretaria me llamó para decirme que una mujer me esperaba en el despacho que decía que no iba a comer hasta hablar conmigo.

Era una de nuestras activistas de la oración, y allí estaba, esperando. «Tengo que hablar con usted. Cuando yo oraba anoche, tuve la sensación de que debía ir a la estantería y tomar un libro. Y luego, después de volver a orar, el Señor puso en mí la convicción de que le diga a usted que este debería ser el tema de su predicación para este sábado». A esas alturas me subía y me bajaba electricidad por la columna. «¡Déjeme ver ese libro!». Me pasó un ejemplar de El conflicto de los siglos abierto por estas palabras: «Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. […] Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación. Incalculables son los intereses que esta envuelve. El juicio se lleva ahora adelante en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años. Pronto —nadie sabe cuándo— les tocará ser juzgados a los vivos» (cap. 29, p. 480). Cuando volví a casa, mi propio ejemplar estaba abierto por la misma página. Nunca he tenido una respuesta más espectacular a una oración sobre qué predicar.

Pero entonces, ¿qué pasaría si fuera verdad que «la hora de su juicio ha llegado» (Apoc. 14: 7)? ¿Que realmente hay un santuario en el cielo en el que el Juez está sentado «y los libros [son] abiertos» ahora mismo (Dan. 7: 10)? ¿Cambiaría la manera en que tú y yo vivimos hoy? Por otra parte, ¿por qué no iba a hacerlo?

 

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