Miércoles 7 de septiembre. Matutina adultos – “Listos para debutar – 2”

Miércoles 7 de septiembre. Matutina adultos – “Listos para debutar – 2”   

«Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. Les dijo: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”». Hechos 1: 6-8

¿QUÉ PREGUNTA TAN «ADVENTISTA»! «¿Es este el fin?». Pero, ¡qué respuesta tan «poco adventista»! «No se preocupen por ello: ¡tienen mucho trabajo que hacer!». Jesús es meridiano. La necesidad más apremiante de sus discípulos no es que conozcan la fecha de su regreso, sino que reclamen la promesa de su Espíritu. Porque «recibiréis poder [griego dynamis, como en “dinamita”] cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos [griego martys, “mártir”, uno que da testimonio a través de su vida y hasta de su muerte] […] hasta lo último de la tierra». Precisamente por esa promesa de «dinamita», ciento veinte hombres, mujeres y adultos jóvenes se reunieron en aquel aposento alto (ver Hechos 2).

Y, ¿qué pedían en sus oraciones? Fíjate cómo describe su súplica el libro Los hechos de los apóstoles: «Los discípulos oraron con intenso fervor pidiendo capacidad para encontrarse con los hombres, y en su trato diario hablar palabras que pudieran guiar a los pecadores a Cristo. […] No pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido» (cap. 4, p. 30; la cursiva es nuestra). Oraron para recibir el Espíritu Santo, no por conseguir una cálida espiritualidad difusa, ni por la consecución de un colocón espiritual extático, sino para que los perdidos pudieran ser hallados y salvados.

¿Qué sucedería si los elegidos empezásemos a elevar fervientemente aquella oración anterior al Pentecostés? ¿Qué pasaría si hoy pidiésemos a Jesús que cumpliera su promesa de Hechos 1: 8 de colmarnos del Espíritu Santo para que también pudiera prender en nosotros su apasionado amor por los perdidos? Algo que he aprendido es que ningún predicador puede, a base de predicaciones, poner en mí una pasión por las almas perdidas. Ningún libro puede crear en nuestro corazón un nuevo anhelo por alcanzar a los perdidos para Cristo. Ni siquiera la Biblia puede infundir tan apasionado amor por los pecadores perdidos. Porque solo hay una Fuente para esa pasión: y es el corazón del propio Dios. Entonces, ¿qué tal si acudiésemos directamente a él ahora mismo y empezásemos a suplicar su don? Para una generación lista para debutar en el clímax de la historia del mundo, ¿habría una mejor oración y pasión que esta?

 

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