Sábado 8 de octubre. Matutina para adultos – “El último relato”
«Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme». Mateo 25: 35, 36
CUANDO ALGUIEN ESTÁ en el corredor de la muerte, se escucha muy atenta y minuciosamente al último relato que cuenta, ¿no crees? La parábola de Jesús de las ovejas y las cabras es la última consignada en los Evangelios antes de su ejecución. ¿Por qué se la guardaría Mateo para contarla justo antes del final?
En una ocasión estudié la Biblia con una mujer que criaba cabras, y cuando llegamos a esta parábola se ofendió mucho. ¿Por qué iba Dios a salvar a las ovejas pero condenar a las cabras? En realidad, cuando Jesús contó esta historia, todos sus oyentes agrarios sabían que las ovejas de Israel tenían color claro, mientras que las cabras eran oscuras. La tarea del pastor de separar las ovejas de las cabras (las cabras eran comedoras voraces e insaciables y, por ello, se las mantenía aparte) se simplificaba gracias al contraste en sus tonalidades. Jesús hace esa distinción visual para destacar el contraste entre dos comunidades de personas muy diferentes en el tiempo del fin. Cuando vuelva, separará a las naciones de la tierra, como un pastor separa las ovejas de las cabras. A los justos (las ovejas) les ofrecerá su reino eterno. Y sobre los malvados (las cabras) ejecutará un juicio eterno. Pero ambos grupos de la parábola quedan sorprendidos con el inesperado veredicto del Rey. En nuestro texto de hoy el Rey explica su decisión, ligando ambos destinos a la forma en que los salvos y los perdidos respondieron o dejaron de hacerlo a las necesidades físicas de los pobres, los necesitados, los privados de derechos y los marginados. «“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis [o lo dejasteis de hacer] a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis [o lo dejasteis de hacer]”» (Mat. 25: 40). Todos conocemos la historia.
Pero cuando leí la frase clave en El Deseado de todas las gentes, quedé pasmado: «Así presentó Cristo a sus discípulos, en el Monte de los Olivos, la escena del gran día de juicio. Explicó que su decisión girará en derredor de un punto. Cuando las naciones estén reunidas delante de él, habrá tan solo dos clases; y su destino quedará determinado por lo que hayan hecho o dejado de hacer por él en la persona de los pobres y dolientes» (cap. 70, p. 607; la cursiva es nuestra). ¿El juicio final de todos emitido en función de cómo tratamos a los pobres? ¿Podría ser que la Madre Teresa no fuera la única que recibió la misión divina de servir a los pobres?