Sábado 18 de febrero. Matutina jóvenes – “Aventuras en el río Mississíppí”
“Pero gradas a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17,18).
“De pronto, mi niñez se vio invadida por un libro (una edición grande, con JUr tapas duras, a todo color) que hizo volar mi imaginación hasta el sur de los Estados Unidos y ser partícipe de peripecias, ocurrencias y travesuras de un niño que vivía a orillas del río Mississippi. Si no leiste el libro, seguramente escuchaste hablar de él: Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain.
Cómo no recordar entrañables personajes como Joe, Becky, Muff, Jim y la tía Polly. Sin embargo, indudablemente, el más recordado es Huckleberry Finn, el mejor amigo de Tom. Justamente, el 18 de febrero de 1885, Twain publica en Estados Unidos una continuación de estas historias, llamada Las aventuras de Huckleberry Finn.
Huck es un niño abandonado a su propia suerte. Su padre es alcohólico y él suele dormir en la calle, a la intemperie. Un día, en una pequeña isla cercana a su pueblo, se encuentra con Jim, esclavo de raza negra de una vecina. Jim estaba a punto de ser vendido a una familia muy cruel, y Huck no tiene mejor idea que ayudarlo a escapar. Así, ambos viajan río arriba, para llegar a algún poblado donde la esclavitud no exista y Jim pueda volver a ser libre, para reencontrarse con su familia.
Y aquí aparece el dilema moral del protagonista del libro. Si ayuda al esclavo a escapar, estaría cometiendo un delito, dado que la esclavitud era legal en esa zona. Por otro lado, Jim era una persona amable, cálida, amistosa y con sentimientos, que no merecía estar en esa condición. De noche, él lloraba por no poder ver a su esposa y a su hija. Sintiéndose culpable por ayudar a un esclavo, Huck escribe una carta confesando su error y avisando acerca del paradero de Jim. Pero su conciencia no le permite enviarla. No obstante, se condena a sí mismo y dice: “Me iré al infierno”.
Todos somos esclavos del pecado. Para nosotros, no existía salvación. Sin embargo, Jesús se humilló a sí mismo y nos liberó en la cruz. Al hacerlo, se condenó a sí mismo a muerte. Pero, resucitó y posibilitó nuestra victoria.
Hoy puede ser un día histórico. Acepta el perdón del Cielo. Sé libre. Vive la aventura de ser fiel a sus mandatos divinos.
“En el cambio que se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 431).