Lunes 20 de febrero. Matutina damas “Yo conozco mis designios sobre vosotros”

Lunes 20 de febrero. Matutina damas “Yo conozco mis designios sobre vosotros”

“Yo conozco mis designios sobre vosotros -oráculo del Señor- Son designios de bienestar, no de desgracia, pues os ofrezco un futuro y una esperanza” (Jer. 29:11, LPH).

Nuestro vehículo serpenteaba por la estrecha carretera, oscurecida por la niebla, la lluvia, y por un barro tan abundante que yo temía que fuéramos a quedar atascados. ¿Por qué había venido yo a esta remota parte de Papúa Nueva Guinea a compartir la Palabra de Dios? Casi había perdido el rumbo de mi vida durante los dos años previos. Una crisis postdivorcio me había llevado a perder la fe y la esperanza en que Dios tuviera buenos planes para mí. Y no obstante, cuando me pidieron venir a vivir con estas personas en estas remotas y a menudo peligrosas tierras, Dios renovó mi fe en sus promesas bíblicas.

Ahora, estaba viajando por zonas en las que no se había construido ninguna nueva carretera en los últimos treinta años. Muchas personas de por aquí no se habían aventurado más allá de sus propios pueblos, por falta de medios de transporte. Sonreí a los gritos de “white merri” (mujer blanca), cuando la gente entrevio mi cara mirando por la ventanilla del vehículo. Yo sabía que Dios me había traído aquí por un motivo. La primera noche dormí en un colchón muy fino, sobre el suelo de una habitación apenas lo bastante grande para meter mi bolsa de viaje, además de la cama. Cené en la cocina portátil, donde se preparaba la comida directamente encima del fuego.

Cuando me levanté poco después del alba y me dirigí al río para bañarme en sus rápidas aguas, dos mujeres se me unieron. Parecían entusiasmadas de que yo estuviera allí para bañarme con ellas al amanecer, y pronto supe por qué. Mientras disfrutábamos con el tonificante frescor del río, me contaron que habían estado orando para que alguien viniera a hablarles de Dios. Las dos aludieron a sueños que habían tenido (una de ellas, muchos años atrás, y la otra durante el año anterior), en los que me veían llegando a su pueblo. A partir de sus sueños, sabían que yo me quedaría en la casa de la familia pastoral e intervendría en su iglesia. La mujer que hablaba del sueño más reciente dijo: “Yo no creía al ángel de mi sueño, porque ninguna mujer blanca querría venir a esta zona remota a vivir como nosotros. Solo me lo creí cuando la vi a usted salir del vehículo ayer”.

Escuché con asombro a estas dos entusiastas hijas de Dios, devotas de la oración. Recorrí mentalmente mi vida pasada, y me maravillé de que Dios, por medio de mi divorcio, los días oscuros y la pérdida de la fe, aún tuviera planes para mí, con los cuales darme una esperanza y un futuro, en lugar de reprocharme nada. Más tarde, cuando viajé de regreso a casa, supe que nunca volvería a dudar de su amor y de su dirección en mi vida.

 

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