Martes 12 de julio. Matutina adultos – Jugar a los bolos en solitario
«Aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo. […] Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él. Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo».1 Corintios 12: 12-27, NVI
A MEDIADOS DE la década de 1990, un profesor universitario no muy conocido se vio catapultado de repente a la palestra de la atención pública. Fue invitado a Camp David a pasar un fin de semana con el presidente de Estados Unidos. Su foto apareció en la portada de la revista People. Una importante editorial se ofreció a publicar su investigación. Todo por la provocadora tesis de Robert Putnam de que Estados Unidos padece una «creciente carencia de capital social». Defiende que la propia sociedad civil se está descomponiendo a medida que más y más estadounidenses se desvinculan de su familia, de su comunidad y de la propia república, todo ello precipitado por la televisión, por el exagerado crecimiento urbano, por cambios generacionales en los valores, etcétera. Estados Unidos se ha convertido en una nación de gente solitaria. Y Putnam encuentra en las boleras su metáfora probatoria. Aunque hace años miles de estadounidenses jugaban a los bolos formando parte de una liga, hoy la gente tiende a jugar a los bolos sola (cuando lo hace). «Jugar a los bolos en solitario» se ha convertido en la forma de vida estadounidense.
¡Qué tremendo contraste con la presentación de Hechos sobre la vida comunal de la iglesia primitiva! «Tenían todas las cosas en común» (Hech. 4: 32). Hombres y mujeres, judíos y gentiles, los que tenían y los que no, santos y pecadores: ¡la iglesia en sus orígenes era una comunidad de lo más variada! Hay quien se ha sentido inquieto porque la iglesia de Hechos fuese un imponente experimento de socialismo cristiano, en el que los bienes de todos eran echados en una olla para todos. Pero una lectura cuidadosa revela que no había coacción alguna (como pone de manifiesto el episodio de Ananías y Safira): todos liquidaban sus activos y los entregaban por propia voluntad, y los receptores de los donativos eran los necesitados, no toda la iglesia. Lo que también está claro es que nadie «jugaba a los bolos en solitario». Nadie tenía por qué hacerlo.
¿Por qué? Como Pablo defendió en nuestro texto de hoy, la iglesia de Cristo es el cuerpo mismo de Cristo. ¿Te puedes imaginar que uno de tus órganos sucumba a una «creciente carencia de capital social» y decida vivir y funcionar aisladamente? La noción misma es ridícula, dado que la salud del organismo depende de la salud colectiva de los órganos. Ningún corazón puede latir de forma aislada y sobrevivir. Precisamente la naturaleza colectiva de la comunidad mantiene la salud óptima de toda tu persona, y de la iglesia local. Y por eso necesitas la iglesia ¡y la iglesia te necesita a ti!